Manadas de motos

IMG_0762Hoy mismo he salido con la moto. Ayer estuve de viaje con el coche y, a la vuelta, ya pensaba en hacer algo hoy domingo, día de Gloria. Me puse de acuerdo con Proclive y con Fendetestas: el plan era quedar en Talamanca del Jarama para ir a El Berrueco pasando por la carretera donde acuñé el verbo tranquilear, de la primera conjugación motera. Y así ha sido. De paso nos hemos pegado un buen repaso al calor de las migas con huevo que nos han servido en El Molino.

Hoy el otoño ha empezado a sacar pecho. El campo ya no está pardecido sino que el agua caída días atrás y la bajada de temperaturas parece que han advertido a la simiente natural que ya es la hora. El amarillo va tomando posiciones y está cerca de alcanzar la cabeza en la carrera cromática que estos días se ha puesto en marcha.

Yo he salido con el tiempo justo. Ya sabe el lector que si no llego el primero no me quedo a gusto. Aun con la prisa he conseguido la primacía, por lo que he estado esperando entre soles y aires y rachas y paseantes… y manadas de motos. Sí, manadas de motos. Habíamos fijado la cita en la rotonda que sale hacia Valdepiélagos y yo, todo guapo con mis cueros y con mis hierros, me he puesto a observar, que es uno de mis deportes favoritos. Y me han llamado la atención los grupos de moteros.

No he visto grupos de scooteres. Me parece que la scooter sale de lunes a viernes de nueve a dos y de cuatro a ocho, y el fin de semana descansa. No hay grupos de scooteres los fines de semana, y es una pena porque una moto de esas te hace un apaño findesemanero. Supongo que quien conduce una moto de este tipo no es un motero sino alguien que necesita una movilidad extrema y no tiene más remedio que adquirir un vehículo así. Lo cierto es que no he visto manadas de scooteres.

Sí que he visto manadas de motos de colores. Las motos de colores se agrupan y Dios las cría, y ellas se reúnen los sábados y los domingos. Van seis, siete u ocho motos… como motos. A veces el piloto va a juego con la montura y a veces va en vaqueros. Estas motos son las que me sorprenden por la espalda: yo voy a ochenta o a noventa, según lo que señaliza la carretera, y ellos me pasan a una velocidad incomprensible. No sé cómo se puede tener tanta prisa ni tanta suerte con la Guardia Civil.

Hay manadas de motos de aventura. Estas motos imponentes van agrupadas de dos en dos o de tres en tres. Son altas, poderosas. Presentan una aceleración muy fuerte y se meten por cualquier lado. Parece que saben lo que quieren. Parece que saben a dónde van. Suelen ser motos limpias y los caballeros también parecen limpios con esos trajes de cordura impecable.

Y hay manadas de motos de paseo. Las motos de paseo no van muy limpias en ocasiones. Los moteros no son un dechado de estilismo y el ruido es parte de la esencia. Van agrupados de cuatro, cinco o seis unidades. Los cromados brillan al sol y el rugido riela entre los cristales de las casas del pueblo. La manada suele ir deshilachada y parece que no tengan prisa por llegar a ninguna parte.

Yo soy de estos últimos, de los que no tienen prisa, de los que echan gasolina cuando aparece la gasolinera, de los que se tiran tres horas en el bar hablando de nada, de los que esperan porque falta uno, de los que se regalan amistad, de los que si falta uno no estamos todos, de los que madrugan y de los que no madrugan, de los que sonríen aunque no haya motivo, de los que comprenden sin comprender y de los que les importa una mierda la marca de la moto que tenga el compañero de al lado.

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