
El oído
Llegar a un lugar en el que el silencio es protagonista es, sin duda, una rareza, un hallazgo. Estamos en el siglo XXI, el siglo de las cosas líquidas, y plantarse en un sitio en el que la tendencia es el silencio no deja de ser algo singular. Llegar a un lugar de silencio con una Harley-Davidson es un contraste, es encontrar una frontera entre el mejor sonido de la naturaleza (el aire, los pájaros) y el mejor sonido fabricado por la mano de la humanidad: el de una moto. Lo cierto es que nunca he apagado la moto con tanto respeto. He paseado por las calles de Buenafuente y por su frío. He escuchado mis pasos, he escuchado al viento y he escuchado al Espíritu en forma de canto monacal que se filtraba por alguna junta y que sonaba al otro lado de la pared del monasterio. Ir en moto es ir a escuchar.
El olfato
La humedad de los bosques se siente, se percibe, se huele. La humedad del Tajuña, con el que la carretera tontea un buen trecho, hace estremecerse aun tranquileando, pese a que las chorreras de meses atrás ya no están pegadas a las paredes de piedra. Hay viejos olores en los prados, en las quemas de rastrojos y en la mierda de vaca. Y hay un nuevo olor que me sigue llamando la atención, es el olor de la soja, un olor que mancha la ropa de tono y de aceite y que se limpia solo. Ir en moto es ir a oler.
El gusto
Cuando sales de paseo hay un momento en el que te tomas algo. Hoy, como he salido tempranito, me he tomado el desayuno en Cifuentes. En el bar había un hombre hablando con la camarera. Un tipo de sesenta años, del pueblo, con un sentido común aplastante. Ha perdido a su mujer hace poco por alguna enfermedad. Me he quedado de piedra ante las cosas que decía de ella y ante la actitud que ha tomado para el resto de su vida. Me he tomado el desayuno, que estaba estupendo. El café con leche reconforta el frío de la mañana y espabila el cuerpo. Ir en moto es ir a probar.
El tacto
Ir en moto es llevar cuatro extensiones dispuestas a trabajar. Manos y pies son los encargados de la parte mecánica del asunto que preside el culo, que es quien conecta con el cuerpo y da las órdenes. Las manos y los pies van vestidos de cuero, que conserva el calor y no dificulta la maniobrabilidad. La vibración de la Iron, la discreta vibración, llega armoniosa al cuerpo por estos cinco canales. Llega sin perder la compostura, sin alterar los nervios. Más bien es al contrario, es quien mecea al motero como cuando yo mecía a mis hijas en aquella cuna con pequeños toques de pie mientras veíamos el telediario de la noche. Un meceo, un susurro móvil que atrae. Ir en moto es ir a tocar.
La vista
No se le puede perder la cara al toro. Cuando vas en moto tienes que usar la mirada para muchas cosas propias de la conducción: quién viene detrás, quién está en los cruces, cómo de lejos está aquel que va delante… y eso hay que conjugarlo con ver la hermosura que ese día te hayas propuesto conquistar. Ver cosas que conoces y cosas que no conoces, cosa sospechadas y cosas increíbles. Ver lugares, colores, cielos y montes, hincharse a imágenes. Ir en moto es ir a ver.
El paseo de hoy, el necesario paseo de hoy, ha transcurrido por un montón de sitios: Horche, Tendilla, Budia, Durón, el Tajo engordado antes de entrar en el Mar de Castilla, los dos Gárgoles, Cifuentes, Saelices de la Sal, Buenafuente, Masegoso, Brihuega, Torija. Un paseo para poner kilómetros entre la vida y las decisiones, para ganar en altura humana en secreto. Para encontrar veinte minutos de silencio contemplativo. Cualquier día lo repetiré acompañado pero hoy, el viaje solo podía hacerlo solo.



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