Con mi moto hago una ruta improvisada. Subo a la BMW y el basculante cede a mis ochenta kilos y hago una ruta vascular, una ruta cardial, una ruta para recordar, para volver a pasar por el corazón. Porque hoy he pasado de ser homo sapiens a ser homo sens, ese que traduce todo lo que percibe al idioma del corazón y desconecta de la realidad lo que es real real y convierte en real lo que siente a partir de lo real que ha percibido. Y me siento en casa a la vuelta y cierro los ojos y veo de nuevo y siento de nuevo y hago real lo que quiero y lo que no quiero no lo hago real, que ya se encarga la memoria de seleccionar lo que sí y lo que no va a quedar.
Carreteras grandes, carreteras convencionales y carretiles perdidos. Arterias, venas y vasos capilares. SI llevas el basculante por las arterias te pierdes casi todo. Si lo llevas por las venas te encantará, y si lo llevas por los capilares harás grandes descubrimientos como el que he hecho hoy en Beleña de Sorbe, que siempre queda a mano izquierda y que tienes que ir por la otra parte del muro del embalse porque la carretera está cortada y vas. Y pasando Aleas, que no tiene techumbre, llegas al románico de San Miguel y al castillo de Doña Urraca, que aguanta de pie avisando a los malos.
Una carretera capilar tiene regueros de grava y se tapa con los folios que mimosamente ha pintado el Otoño es algo que bascular. Es como si de Fuencemillán y Espinosa de Henares quieres ir a Hita. Tomas ese delgadísimo vaso y te lo tomas en sorbitos de cincuenta por hora.
Subo a la moto y el basculante cede, y hago una ruta vascular. Subo a casa y recuerdo. Y pienso en todo lo que quiero recordar y en todo lo que no quiero recordar. Y la cabeza se pelea con el corazón y yo les miro a ambos y me divierto y sonrío.

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