La Real Academia de la Lengua define la palabra facilidad de cinco maneras diferentes: la primera de ellas es “cualidad de fácil”. La cuarta es “oportunidad, ocasión propicia para hacer algo”. Las demás acepciones, en este caso, no vienen al caso. Porque lo de hoy es para valorar la facilidad de las cosas.
¿Vamos por aquí? Pues vamos por aquí. ¿Paramos a ver ese castillo? Pues paramos a ver ese castillo. Nos comemos un cordero. Pues nos comemos un sangüich. ¿Volvemos por Jadraque? Pues volvemos por Jadraque. O mejor, ¿volvemos por la autovía? Pues volvemos por la autovía. Qué más da.
Qué más da ir por aquí que por allí. Qué importa lo que comas. Qué importa por dónde vas y qué importa por dónde vuelves. Realmente no te va nada en todo ello. No te va nada en todo ello, amigo motero, porque lo más importante -además de volver a casa- es con quién haces el camino.
Pasear en moto es una lección de vida. Pues claro que tenemos una misión, un motivo para vivir y una razón para hacer lo que hacemos. Eso lo sabe todo el mundo. También sabe todo el mundo que las cosas cuestan trabajo, que no todo es divertido y que el esfuerzo (sí, el esfuerzo, esa cosa antigua que sacó el mundo adelante) cuesta trabajo, pero merece la pena.
Pero además de todo lo que cuesta esfuerzo o trabajo, hay otras cosas que podemos hacer con facilidad, y no porque sean fáciles sino porque la persona que te acompaña en ese momento hace que las cosas sean fáciles, que tengan esa cualidad, que te brinde esa oportunidad, esa ocasión propicia para hacer algo.
Hoy, con facilidad, Enrique y yo nos hemos plantado en Beleña de Sorbe y su castillo y su embalse y su frío, y en Carabias y su precioso románico del Salvador, y en Sigüenza y en su Parador y en el miradero de Félix, y lo hemos hecho con facilidad. Porque hay personas con las que es fácil hacer las cosas.







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