
Con un nada que he levantado el manillar de la Marifácil he ganado seguridad en lo lento, en el parado, en las curvas cerradas, en el rodar a cero, en la maniobra. Con un nada de nada, porque los risers que he instalado esta mañana entre hindúes y cristianos han hecho que el manillar cambie por completo. Y no deben ser más allá de dos centímetros lo que se ha movido la pieza volante. Compré los elevadores allá por el cretácico y los tenía guardados en el olvido. El sábado pasado los quise instalar pero me faltó una herramienta, así que me volví a casa con los tornillos entre las piernas. Hoy, sin embargo, he acudido a la cita matinal ingenieril debidamente herramientado y he sido capaz de instalarlos yo solito. Sin mucha ciencia. Cuando he terminado me he considerado todólogo, por lo que solicitaré mi título en todología al ministerio correspondiente, que no sé cuál es.
Los risers que he instalado, realmente, desplazan muy poco el manillar. Un poquito hacia arriba y un poquito hacia atrás. Al lector le puede parecer que eso no es nada y tendrá razón, porque no es casi nada. Su efecto se me ha asemejado al efecto que tiene el dedo que utilizas para tocar la pared y no caerte cuando te pones, por ejemplo, los zapatos o el pantalón. Ese dedo ni siquiera se apoya en la pared o en el armario sino que solo lo toca y, con solo tocar, te llena de equilibrio. Pasa lo mismo que con la familia o con los buenos amigos que, con solo estar, ni siquiera hablar, hacen que no te caigas porque en ellos encuentras tu equilibrio. Basta con tocarles con el dedo y ya no te caes. Qué importante es acompañar y ser acompañado.
Un poco hacia arriba y un poco hacia atrás. Con eso ha bastado. Con ese pequeño cambio ha bastado para que la espalda vaya plenamente vertical y los brazos plenamente desforzados. Parece mentira que algo tan pequeño, de una dimensión tan chica, pueda producir un efecto tan estupendo. Es como esa palabra que alguien te dice, esa palabra que realmente no sirve para nada pero que lo cambia todo. -Hola, ¿qué tal vas?, le dices por teléfono. -Bien, ¿qué hay?, te contestan. -Nada, la verdad es que no te llamo para nada. Y te despides. Han sido dos centímetros de conversación de nada, pero esa conversación de nada, que no tiene contenido, que no tiene asunto, te ha dado la vida, y cuelgas el telefonino y levantas la cabeza y caminas erguido lleno de algo bueno.




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