Ha vuelto a la vida

Vas a coger la moto. Vas a coger la moto como cualquier otro sábado de sol y viento. Es la hora del amanecer anaranjado que están terminando de preparar ahí afuera, donde el Mediterráneo se confunde con el Atlántico, donde el cielo cubre a los de un lado y a los del otro. Vas a coger la moto para respirarte ese primer aire aclarado que corre por las playas que llegan hasta las concertinas. Vas a coger la moto lleno de espacio para llenar de aire, vas con ese pneuma que dura unos días antes de vaciarse. Vas a coger la moto, digo, pero parece que se le ha ido la vida. Da una primera señal de arranque pero el proceso no sigue. Y tras un rato concluyes el diagnóstico: fracaso renal y paro cardíaco subsiguiente. La batería ha muerto.

La batería muere cuando le toca, que digo yo que habrá alguien que programe el asunto para que a los tres o cuatro años, noventa euros después, tengas que decidir si enterrar la moto o reanimarla para otro tanto. Y es entonces cuando empieza la aventura de la vida porque te pones a buscar un lugar donde tengan un corazón compatible y lo encuentras y el tipo de la tienda sabe un montón y te dice qué hacer y te advierte de cosas y te dice que si tienes un problema, que vuelvas con toda confianza, y te vuelves al garaje con el corazón muerto y con el corazón vivo y con la tarjeta temblando.

El asunto es que la nueva batería tiene un centímetro menos de altura que la batería vieja y el sistema de agarre de los bornes es diferente. El modelo nuevo tiene, claro está, un borne positivo y otro negativo. Se trata de dos cubos ¿de cobre, de plomo? vacíos, en cuyo interior tienes que encajar sendas tuercas que se fijan con tornillos desde la parte superior, una vez pasados por los terminales de los cables. El garaje es incómodo y hace calor. El espacio que queda entre la moto y el coche es casi suficiente. La luz se corta cada tres minutos y tienes que volver a dar al interruptor. El coche, en marcha, que aunque ilumina por la parte inferior, algo hace. Pero claro, la tuerquecita que hay que alojar en ese borne de forma cúbica huelga, y cuando el tornillo quiere entrar por su sitio la tuerca se mueve y le hace la cobra, y no hay manera. Una, dos, tres, cuatro veces. Nada, que no hay manera.

En ese momento de desesperación, en ese momento en el que el aburrimiento te despierta, he recordado que soy todólogo y que la todología incluye conocimientos y habilidades mecánicas suficientes como para armar un reloj. Ha sido entonces cuando he cogido un trocito de cartón, lo he cortado a mano formando una tira de diez milímetros por cuatro, lo he doblado por la mitad en forma de letra ele, lo he metido en el borne cúbico por debajo de la tuerca de tal forma que la he obligado a permanecer en la parte superior y perfectamente alineada con la superficie exterior. Y en ese momento he vuelto a pasar el terminal del cable por el tornillo y, en un movimiento magistral, en un embroque mágico, el tornillo ha entrado. Y he sonreído. Como puede imaginarse el lector, el otro tornillo no ha supuesto ninguna dificultad.

Habiendo recogido el material, los trastos de achuche, y habiéndome limpiado las manos, que la carbonilla siempre encuentra por dónde meterse, he dado al botón que dice power, con el que se desbloquea el manillar, he vuelto a dar al botón que dice power, por lo que se enciende el sistema operativo, he bajado un clic el botón rojo que dice on, y he bajado el segundo clic a ese mismo botón, que es el que arranca el motor. Y el motor ha arrancado con vigor y la Marifácil ha vuelto a la vida, y yo me he vuelto a casa, que hay más días que longanizas.

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