No debe hacerme dejar de hacer

El miedo forma parte de la vida de las personas. El miedo es una defensa que nosotros desarrollamos ante las cosas que nos pueden causar daño ante algo peligroso o algo que puede ser peligroso. El miedo está en el cuerpo, en la cabeza, en el corazón. El miedo, que hoy se define como una emoción más -una de las desagradables-, lo aprendemos según vamos viviendo y eso nos sirve para defendernos de aquellas situaciones ya vividas, o situaciones previsibles, y gracias al miedo modificamos nuestra conducta para no alcanzar su frontera. De esta forma, nos adaptamos a las circunstancias y podemos vivir razonablemente. Eso es el miedo, creo.

También podríamos definir el miedo por su contrario. Dirían muchos lectores que lo contrario de la luz es la oscuridad, o que del día la noche, o que del amor el odio. Si probamos a hacer esto con la palabra miedo, ¿qué nos saldría? ¿Valor? ¿Confianza?

El miedo… ¿se acaba? Ah, ya no tengo miedo. No tengo miedo porque sé. No tengo miedo porque sé que no da calambre ese enchufe, no tengo miedo porque me sé todos los temas del examen, no tengo miedo porque sé que… Yo no sé muy bien qué es lo contrario del miedo, pero sí que sé que ese contrario… yo no lo tengo. 

Entonces, ¿para qué te vas en moto si tienes miedo? ¿No ves que 750 son muchos kilómetros? ¿Y el tiempo, has mirado la previsión? ¿Seguro que estás en condiciones de ir? Mira que al final de las vacaciones tendrás que volver a hacer el mismo viaje.

Aun así, te vas en moto, que es más incómodo, que acabas reventado, que no puedes más y, aunque tengas miedo, la sonrisa no hay quien te la quite. Sonríes tras la paliza como si hubieras ganado algo, como si te fueran a dar un premio por haber llegado entero sin la más mínima incidencia, que mira que hay coches y camiones y baches y bolsas de Mercadona volando y cosas tiradas en la calzada y badenes y parches de hormigón y de asfalto, y esas culebrillas que tapan las rajas del firme. Mira que hay cosas que estorban.

Viajar en moto es ir al descubierto, es ir al aire libre, es ir dentro del casco usando las piernas como parachoques, es ir vendido al viento y al sol del verano. Viajar en moto tiene una épica intrínseca. Pienso que no todo el mundo puede entender lo de viajar en moto y pienso que esos que no lo entienden no son moteros, porque entender algo así es lo que te da el carnet de motero.

Si es cierto que el miedo se aprende, supongo que será cierto que se desaprende. Siendo así, se aprende a tener miedo y se aprende a tener desmiedo. En mi caso, no es así. Ya llevo unas cuantas motos (dejando las experiencias de juventud, ya llevo una Suzuki, dos Harley-Davidson y una BMW) y no se me pasa. El otro día se me ocurre irme antes de amanecer a sorprenderme con la aurora a Tamajón y Arbancón. Se me ocurre irme allí a echar una mano en el espectáculo de montar toda la tramoya del día, y me fui con el mismo miedo de siempre (para colmo, sigo sin aprender que un cinco de agosto te puedes congelar a quince grados junto al río Sorbe). Lo cierto es que yo, si no fuera yo y leyera estas líneas, pensaría que este tipo tiene un problema. Puede que sea cierto que tenga un problema -tengo más de uno…- con este asunto, puede que sea, efectivamente, un asunto de aprendizaje, de inseguridad personal, yo qué sé. Pero mi actitud en el asunto de motear es la misma que en otros aspectos de la vida: hacer las cosas aunque tenga miedo. Creo que el miedo, con toda la entidad que tiene en mí, que en mí tiene su casa, con toda la presión que ejerce, no debe hacerme dejar de hacer. No he aprendido a no tener miedo pero sí que he aprendido a hacer algunas cosas con miedo.

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