Mi amigo Pepe me invita a que comparta en su blog mis impresiones sobre el viaje que hicimos en moto hasta Braganza así que aquí comparto algo de lo que puedo recordar. Aunque la aventura es reciente, hay muchos detalles que se me quedan en el tintero.
Bueno ¿Y por dónde empiezo?
Yo tenía ganas de hacer un viaje en moto. En alguna otra ocasión he realizado un “desplazamiento” en moto (por ejemplo, el más largo fue el año pasado de Madrid a Almería) pero no fue un “viaje” sino un desplazamiento. Mi necesidad era plantarme en Almería y recorrí todo el camino por autovía y haciendo las paradas justas y necesarias para repostar, tomar un refrigerio ó tentempié y descansar 10 ó 15 minutos. Mi prioridad, mi objetivo, no era pasear disfrutando del paisaje sino llegar desde A hasta B lo más eficazmente posible. Mi moto es una Suzuki Marauder GZ250 del año 2005 y se portó como una jabata ida y vuelta (todo por autovía). Pero me quedaba la espinita de hacer un viaje en moto por el simple y puro placer de hacerlo. Un viaje para disfrutar, ésta vez sí, del paisaje y de pararme aquí y allí, donde quisiera, para visitar éste pueblo, ver éste monumento, aquellas ruinas o ese lugar histórico. Y emplear para ello varios días para ir tranquilo, dormir donde fuese y no tener prisa por regresar a casa antes de la puesta de sol y poder llegar más lejos de lo que habría llegado en un solo día de viaje. Y entonces me surge ésta oportunidad de hacer un viaje de tres días recorriendo parte de Castilla y León con incursión a Portugal incluida. Y en compañía de un amigo, que lo hace todo más ameno y llevadero. Y dije que sí.
Primer día – 10 de Abril de 2017
Habíamos quedado en la Glorieta Darix, que alguien bautizó así en mi honor y con ese apelativo se ha quedado, y sin entretenernos en saludos y conversaciones partimos hacia Ávila. El buen tiempo nos acompañó todo el viaje, si bien por la mañana temprano se notaba más el fresco y cuando el sol estaba alto se notaba ya el calor, sobre todo al circular atravesando pueblos a baja velocidad o al estar parado ya que por carretera el aire que nos ofrecía su resistencia también nos refrescaba como un gran ventilador.
La primera parada fue en Las Navas Del Marqués, provincia de Ávila, donde en el Bar-Restaurante “Magalia” tomamos un desayuno. Por lo visto, el Magalia (dicen) es como La Cruz Verde que hay cerca de El Escorial pero en abulense. Y con menos postureo y más naturalidad. Continuamos cruzando Ávila, rodando junto a sus centenarias murallas sin detenernos y así llegamos hasta Salamanca. Seguramente paramos en algún lugar del camino a repostar pero no lo recuerdo. Sólo recuerdo paisajes espectaculares, sol y aves majestuosas como cigüeñas, águilas y halcones volando bajo en círculos a los lados de la carretera. En ocasiones la atravesaban por el aire y se veía su sombra pasar delante de la moto sobre el asfalto. Y en alguna ocasión un halcón se dejaba ver al borde de la carretera posado en un cable de los que se sustentan sobre postes de madera fijados al suelo. Yo soy de ciudad y ver a éstas aves en libertad, volando tan cerca de mi cabeza como para distinguir los dedos de sus patas o las puntas abiertas como dedos extendidos del extremo de sus alas, me alucina.
En Salamanca paramos a descansar un breve instante pero ni tomamos café ni nada. Paramos las motos, nosotros estiramos las piernas 5 minutos y ellas se enfriaron un poco. Y seguimos hasta Zamora, destino y campamento base. Bueno, campamentos base en realidad había dos. Zamora podría ser una referencia principal en la ruta y volvimos a ella en diversas ocasiones. El verdadero campamento base se encontraba en el pueblo de Fuentelcarnero, donde se alojaba Pepe. Mi alojamiento lo tenía en un hotelito en el vecino pueblo de Villaralbo, a unos 5 kilómetros de Zamora capital. Así que la primera parte del viaje se completó parando en Fuentelcarnero, donde la familia de Pepe (que habían ido allí en coche el día anterior) me recibió con los brazos abiertos. Allí comimos todos juntos, descansamos y después fuimos a Villaralbo para que yo pudiera realizar la breve gestión de registro en el hotel. Pepe y su familia, en coche, me guiaron hasta el lugar, siguiéndolos yo en mi moto. Después de acceder a mi habitación, dejar el equipaje, el “disfraz de motorista” y asearme y arreglarme un poco, ya vestido de “persona”, nos montamos todos en el coche y nos acercamos a Zamora. Dimos un paseo donde me enseñaron lugares preciosos de la ciudad, joyas del arte románico, el puente viejo sobre el río Duero, edificios con hermosas fachadas de estilo modernista, un pequeño patio de un convento de clausura y el Parador que en su día fue Palacio de los Condes de Alba y Aliste, donde tomamos un pequeño refrigerio. Después fuimos a cenar picoteando unos chorizos asados acá, unos pinchos morunos (unos que sí [pican] y otros que no) allá y unas patatas bravas acullá. Cuando estuvimos cansados y satisfechos volvimos al coche, me dejaron en mi hotel y ellos siguieron hasta su alojamiento.
Segunda día – 11 de Abril de 2017
Después del desayuno salimos sobre las 09:30h desde Villaralbo, donde Pepe me recoge para ir a San Pedro de la Nave, iglesia visigoda del siglo VII. Estaba cerrada y justo cuando nos estábamos poniendo el casco para irnos llegó la señora que abría la iglesia al público. Así que pasamos y visitamos la iglesia por fuera y por dentro. Una maravilla.
Continuamos hacia Tábara para visitar el Scriptorium donde hace más de 1000 años se copiaron códices que son una joya de la Historia, el Arte y la Cultura. En el siglo X éste lugar cobra fama por los libros que allí se escribían e ilustraban. En el Scriptorium trabajaba el monje Maius copiando e ilustrando el Comentario al Apocalipsis de San Juan que había recopilado Beato en el siglo VIII en la comarca de Liébana. A las copias de éste manuscrito realizadas entre los siglos X y XIII se les llama de forma genérica “Beatos”. También tuvimos la suerte de que precisamente al llegar estaban abriendo el Scriptorium para su visita, en cuyo interior se encuentra una breve exposición para conocer el trabajo realizado aquí por los monjes. Nos comentó la joven que se ocupaba de la recepción que el Beato más importante copiado en éste lugar hace diez siglos, el “Beato de Tábara”, se expuso aquí el 1 de Abril durante 10 horas (sí, sólo 10 horas) y después lo devolvieron al lugar donde se conserva actualmente, el Archivo Histórico Nacional de Madrid.
Continuamos camino hasta Braganza, ya en Portugal, que es un país europeo provincia de Extremadura (es una broma), y allí vemos el Castillo, magnífico, y el Domus Municipalis, considerado el primer ayuntamiento de Europa. Se trata de un edificio de planta cuadrada con ventanas y un banco corrido de piedra donde se supone que las personas principales se reunían para tratar los asuntos importantes.
Comimos allí mismo, en la terraza de un bar al lado del Domus Municipalis, constatamos que es un falso mito que las portuguesas tengan bigote y reanudamos el camino hacia Miranda de Duero, todavía en Portugal. Allí simplemente hicimos alguna foto de las vistas, descansamos un rato y salimos hacia España. Desde donde estábamos se veían paisajes que ya eran españoles, estábamos a tiro de piedra de la provincia de Zamora. Las carreteras portuguesas que recorrimos estaban muy bien hechas y conservadas y prácticamente no había tráfico a esas horas, después de comer. Lo que sí hacía era un calor excesivo cuando parábamos. Con la moto en movimiento era más soportable. Y así llegamos primero a mi hotel, en Villaralbo, y Pepe continuó hasta su alojamiento en Fuentelcarnero.
Yo estaba cansado pero no físicamente, pues habría aguantado bien más kilómetros, sino de la cabeza pues llevaba desde el desayuno con un leve dolor de cabeza que me estaba dando la lata. Así que aunque aún era pronto, pues serían sobre las 19:30h aproximadamente, en la cafetería del hotel me tomé un café con leche y un par de magdalenas y con eso me di por cenado. Como soy un “rudo motero” (risas) compré además una botella de litro y medio de agua y me la subí a la habitación, sin pensar en las consecuencias (broma). Me pegué una buena ducha, que parece que el cansancio se va por el desagüe, y me sentí mucho mejor de mi dolor de cabeza, cosa que no lograron ni el ibuprofeno ni el paracetamol. Tenía el propósito de escribir unas reseñas de cada jornada cada noche, antes de dormir, y para hacerlo con gracia y estilo había llevado en mi equipaje una pluma estilográfica de bolsillo Kaweco Ice Sport y un cuadernillo de viaje de esos que son una cubierta de cuero con un recambio de hojas de papel que se sujetan en el interior con unas cuerdecillas. Pero estaba cansado y no escribí ni una palabra.
Tengo que decir que los paisajes que vimos en Portugal eran espectaculares, así como los que vimos en España. Nunca imaginé, antes de montar en moto, que pudiera ser tan impresionante rodar por carreteras viendo y cruzando bosques, valles, puertos de montaña, ciudades modernas y pueblos anclados en el pasado, cada entorno con su propio ambiente, sonido, aroma, temperatura y peculiaridades.
También tengo que insistir en la amabilidad de Pepe, excelente compañero de viaje, cuya hospitalidad y la de su familia son abrumadoras. Regresando a los respectivos campamentos base paramos en un pueblecito llamado Pereruela y allí me hizo pasar a una tienda de cacharros de barro cocido. La alfarería de ésta localidad es famosa por su calidad, ya que el barro de la zona tiene cierta peculiaridad que lo hace muy resistente al calor. Pepe compró una cazuela para el horno y me la entregó como regalo para mi madre, de parte de su familia. En las alforjas viajó segura y a salvo hasta mi hotel.
Tercer día – 12 de Abril de 2017
El tercer y último día de nuestra aventura ya sólo consistía en regresar a Madrid pero eso sería después de comer. Por la mañana cargué mi moto con el equipaje, liquidé mi cuenta con el hotel y salí con Pepe para Zamora. Allí visitamos una tienda-taller de motos para mirar unas cosas. Tenían diversas motos de segunda mano para vender. Vi algunas curiosas como una Suzuki Marauder 800 (la hermana mayor de mi moto), una Sanglas 400, un scooter todo como de espejo y una Suzuki GS500 a la que me subí para ver cómo me quedaba. También me probé una BMW que me pareció mucha moto para mí. Había más pero esas me llamaron la atención.
A una hora prudente nos dirigimos a Fuentelcarnero. Limpiamos un poco las motos de los mosquitos estrellados contra ellas y después estuvimos pasando un poco el rato. Luego comimos, disfrutando, en mi caso, de la cordialidad de la maravillosa familia de Pepe, y después de un poco de sobremesa nos dispusimos, Pepe y yo, a emprender el viaje de regreso a Madrid. La familia de Pepe iría en coche más adelante. Señalo esto para que conozca el lector que las motos viajaban sin coche-escoba ni apoyo ninguno de ese tipo. Que tampoco hacía falta porque estamos en España y no en Siberia.
Del viaje de regreso poco hay que contar. Simplemente fue eso, regresar a Madrid. Seguimos el mismo camino que al partir de Madrid a Zamora pero al revés, a la inversa. Aunque fuimos todo lo posible por carreteras nacionales y secundarias no nos estuvimos parando en pueblos ni nada para visitar lugares de interés o pintorescos. Hicimos una parada en Peñaranda de Bracamonte (Salamanca) para tomar un café y descansar un momento y después seguimos del tirón hasta El Escorial (Madrid). Se suponía que seguiríamos hasta Madrid por la M-505 pero Pepe, que siempre fue guiando la ruta pues la conoce mejor que yo, improvisó desviándose hacia el Real Sitio de San Lorenzo de El Escorial. Se decidió seguir camino hasta Madrid por la autovía para evitar el tráfico cada vez más intenso que salía de la capital del reino con motivo de las fiestas de Semana Santa por las carreteras secundarias. Así viajaríamos con más seguridad. Estiramos un poco las piernas, le hicimos un par de fotos al Monasterio y continuamos la marcha. Ya en la autovía nos separamos en cierto punto, yo para llegar a mi casa en Madrid y Pepe a la suya en Guadalajara.
Éste viaje me deja diversas impresiones. Por un lado paisajes increíbles, imágenes de animales que sólo veo en televisión excepto cuando salgo de ruta o viaje con la moto: vacas pastando en el campo, caballos, un pastor guiando un rebaño de ovejas con dos enormes mastines como ayuda, cigüeñas con sus enormes nidos en lo alto de torres, campanarios o árboles. Vi enormes rapaces trazar círculos en el cielo como águilas o buitres. Otras más pequeñas como halcones, ya fuera posadas en un cable entre postes de madera o volando buscando sustento. Palomas y pájaros que no sé cómo se llaman. En una ocasión durante el trayecto a Madrid vi a un águila descender y apoyarse brevemente sobre el asfalto, en la carretera, delante de nuestras motos. Antes de llegar junto a ella se elevó de nuevo en el aire con el batir decidido de sus fuertes y enormes alas. Juraría que llevaba algo entre las patas, si la breve visión de semejante espectáculo no me engaña, posiblemente se trataría de una presa.
También me deja reafirmado en que con una moto se puede viajar hasta el fin del mundo. Incluso con una 250cc como la mía. Sabiendo lo que llevas, no pidiéndole lo que no puede darte y haciendo las paradas, descansos y escalas precisas.
Estoy seguro de que ésta experiencia compartida será el preludio de más viajes, nacionales e internacionales, pues ganas no nos faltan. De momento ya hemos cruzado nuestra primera frontera al pasar a Portugal.
Y también me queda claro que mi querida moto, mi Gata Negra, mi Suzuki Marauder GZ250, se me queda pequeña para éstos viajes y rutas. Me ha llevado a trabajar a diario, me ha llevado a hacer recados por la ciudad, he hecho con ella rutas pequeñas y grandes y algunos viajes. Y ha podido con todo. Ya digo, sabiendo lo que llevas puedes hacer un viaje o una ruta incluso en bicicleta. Pero a éstas alturas y después de casi 3 años con mi Marauder ya me apetece cambiar a algo mayor, una moto con más potencia que me ofrezca más fuerza de empuje en las cuestas arriba, mejor aceleración y mejor frenada. Que me dé más potencia y seguridad. Pero bueno, eso ya es otra historia.
Darío.
Madrid.
13 de Abril de 2017.
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