Y no me ha pasado nada

Me he marcado un viaje de setecientos cincuenta y cuatro kilómetros y no me ha pasado nada. Pero nada. Nada del verbo nadar, de la primera conjugación motera.

La moto no ha fallado en nada. La arranqué el día antes tras tres semanas de inactividad y lo hizo con todo el vigor. La presión de las ruedas estaba en su sitio. El líquido de frenos estaba en su nivel, aunque yo preferiría algo más de nivel. A las cinco y cuatro arranqué y a las cinco y diecisiete salí. Y no me ha pasado nada.

Era de noche, que el alba rompe sobre las siete aunque Lorenzo remolonea hasta que asoma la gaita por encima de la llanura castellana. Llanura la de abajo, digo, que hay otra arriba. La autovía ya va cargada, porque es diario y la gente quiere entrar en Madrid, no sea que el jefe se mosquee, pero el personal va tranquilo. Parece que ayudan estos últimos días más frescos, aunque cierto es que el fresco se torna en un frío de cojones con el paso de las horas hasta que Lorenzo, el portavoz de Dios, al que ya se le ve la boina, dice. -Buenos días. Y en la autovía no me ha pasado nada.

Seis etapas, seis, son las que había preparado. Todas autoviadas salvo la correspondiente a Despeñaperros, que me pasé curveando como un señorito todo lo que pude. Nadie por aquí, que todos van por la carretera grande, que por la pequeña no van ni las Cequince. Y en ese esplendor amaneciente, con el divino portavoz carraspeando entre los árboles, no me pasó nada.

En la autovía ves de todo. Al que va bien ni te fijas. Al que va mal, te cabreas y, si está cerca, te cabreas más. Yo me encontré con algún tuercebotas al volante pero no les di importancia. Hice así, o frené o aceleré según la ocasión, y no me ha pasado nada.

Un viaje de setecientos cincuenta y cuatro kilómetros no lo hago todos los días. Mi culo desconocía esta situación tan prolongada. Recuerdo que La Cabezota se carcajeaba de mi bonito y respingón pompis pero La Marifácil, que es más lista, lo ha dado todo para que mi suelo ni se entere. Y no me ha pasado nada.

He visto media España por la derecha, media España por la izquierda y media España por delante. El país, el paisaje cambia, se transforma, se arruga y se rejuvenece, se enfría y se calienta, se para y se acelera, se seca y se moja, y hace que el viajero que rueda en moto vea las cosas de manera diferente a como las ve en el coche. Los olores, los colores, las brisas, los humos. Todo siempre viejo pero todo siempre nuevo porque la ilusión lo puede todo. Y en todo ese trasiego de cosas no me ha pasado nada.

No he visto accidentes, no he visto agentes de la Ley recetando paracetamol, no he visto desmanes en las áreas de servicio, no he visto agujeros en las carreteras.

Claro que puedes morir en la carretera. Claro que puede venir un cualquiera, o un viento, o un vahído, o un poco de aceite vertido por la casualidad. Claro que puedes morir pero es que si no morimos, no vivimos, que la muerte es lo mismo que la vida, que la vida sin muerte es una estafa que mucha gente está comprando ahora que están de rebaja ideológica. 

Un viaje así, ¿es acercarse a la muerte? Pues es posible que sí que lo sea, pero a mí no me ha pasado nada. Y estoy vivo, y cuando estás vivo tu familia te quiere más que nunca y te lo dice, y te acompañan y se vienen, y se te dedican. Y saben que si se acaba la carretera, papá tiene preparada otra carretera por la que nos va a llevar. Y esa carretera nueva empieza ahora y tiene su inicio en el sur. Y no me ha pasado nada.

La Marifácil
El camino que se acaba
El sol que se mete

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