
El amor, el perdón y la verdad nos humanizan. Si nos desprendemos de estas tres cosas podemos darnos por muertos porque sin amor, sin verdad y sin perdón no podemos conducirnos por nuestra vida.
En la carretera de Benzú, que es todo lo que se puede elegir, tienes que mostrar amor. Tienes que mostrar amor por quienes se dedican a correr de buena mañana. Un tipo, una tipa, un grupo de gente, una cuadrilla de ciclistas o un señor que va con un palo o un recién llegado van ocupando su espacio, un espacio que tú también quieres invadir, y mientras el Gobierno no derogue la Ley de la impenetrabilidad de los cuerpos te vas a tener que conformar con sortearlos. Pues no, no hay que conformarse con sortearlos. Hay que pensar que ese que corre ya estaba ahí y que eres tú quien quiere su sitio porque vas con tu moto haciendo chup chup, y hay que pensar en dejarle sitio, hay que ser amable con tu propio pensamiento y decirte que no, que él está antes que tú, que le vas a rebasar dejando mucho más espacio del necesario y que no vas a dar un acelerón para marcar paquete y que lo vas a hacer suavemente para no molestar y no estorbar (que es, como decía Delibes, el undécimo). Yendo en moto se puede querer a la gente, y querer a la gente nos humaniza.
Siempre hay alguien que pasa por el semáforo justo cuando se ha puesto en rojo y tú no puedes dar tu golpe de gas porque ves que está pasando. En ese momento es cuando, aprovechando el anonimato que te proporciona el casco, repasas la genealogía del sujeto y la barnizas de marrón. Y todo porque ha hecho lo mismo que haces tú algunas veces. Es curioso cómo el nivel de tolerancia que tenemos con los demás es diferente al que tenemos con nosotros mismos. Debe ser cierto que la capacidad de autojustificación humana es infinita, pero más cierto es que ese pequeño episodio no afecta para nada a tu vida ni a la vida de la ciudad. Es un acto intrascendente, como tantos otros actos que no van a ninguna parte. Después de todo, ¿qué cuesta perdonar a ese que tenía prisa o que se despistó? Nada, no cuesta nada. Llevar el perdón en la lengua, en la cabeza y en el corazón es gratis y sirve como desagüe personal, y eso también nos humaniza.
Darse cuenta de la realidad no es tan difícil. A poco que te pongas puedes acabar descubriendo, como yo, que eres un mal motero. No sé manejar en parado, algunas curvas se me ponen cuesta arriba, no acabo de frenar en condiciones, nunca me abrigo lo suficiente, no llevo la moto impoluta, las rutas nunca salen como las planeo. Esto, en mi caso, pero puede que, en tu caso, la realidad sea diferente. Lo interesante es caer en la cuenta de esa realidad y tenerla presente. Eso, respecto a ti mismo, porque luego viene la realidad de los demás y la realidad del mundo precioso que tenemos. Dejemos de cometer el crimen de no ver el atardecer y de no madrugar para ver cómo ponen la tramoya para el nuevo día, porque ver esas cosas cada día te humaniza.
Definitivamente pienso que sí, que el amor, que el perdón y que la verdad nos humanizan, y que si nos desprendemos de estas tres cosas podemos darnos por muertos porque sin amor, sin verdad y sin perdón no podemos conducirnos por esta vida.


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