No voy contento ni ná

Rodando por el plató de la batalla del Guadalete en la que, en aquel verano del año 711, los recién llegados omeyas, ayudados por los bereberes, se cepillaron a Rodrigo, rodando por las dehesas de alcornoques que pronto dejaron de ser visigodas, rodando al sol, bajo el cielo intensamente azul, bajo el cielo intensamente azulado, a once grados, llego a Medina Sidonia. Me estaba congelando por el camino. Me estaba congelando las manos y he parado a la puerta de Alcalá, la de los Gazules, la de los aguerridos, y me he puesto los Vquattro, que los guantes de veranillo estaban haciendo corto. Mira que me cuesta romper el cliché mental de que en Andalucía no hace frío. No es como el frío de la Alcarria, claro, pero es frío, y debe ser que con la edad y la tendencia a la comodidad a este perro todo se le vuelven pulgas.

Me he tomado un café en Medina Sidonia. No conocía este lugar de La Janda. El pueblo está tendido sobre una pequeña loma desde la que se ve el Atlántico, por un lado, y un mar de aerogeneradores por el otro. Ganado, agricultura y ahora turismo son ahora las fuentes de Asido Caesarina Augusta. Blanco es el pueblo y los balcones arrastran los faldones contra la calzada. El sol blanqueaba las fachadas y el mercado estaba funcionando, y los abuelos del pueblo arreglaban el país con la voz y con las manos al aire.

Un paseo hasta Jerez. Un paseo hasta Jerez de la Frontera con hijuelas en Medina Sidonia, la ganadería de D. Fermín Bohórquez y la Cartuja. Un paseo por la autovía y por algunas de las vías laterales. La autovía y las vías laterales están sin cuidar. Tienen agujeros, hendiduras, badenes y zonas de asfalto desmigado. La carretera hasta Asta Regia, pasando por Abu Salim o Madinat Saduna, la que une la capital del sherry -del Sherish- con Algeciras, debió ser importante. Digo debió porque ya no lo debe ser, porque las cosas importantes hay que cuidarlas. Hay que cuidar las cosas importantes y hay que cuidar las cosas poco importantes. Hay que cuidar las cosas.

Me hubiera encantado poder entrar en Fuente Rey pero estaba cerrado. Fuente Rey es el cortijo que guarda la ganadería de Bohórquez, uno de los lugares que embalsa la bravura que viene de Murube que viene de Vistahermosa que viene de Domínguez Ortiz, Barbero de Utrera. Estando a la puerta, rodeado de molinos gigantes que se movían muy despacio porque no hacía viento, tras intentar hablar con Nico de María para decirle, ha aparecido un tipo con una Guzzi absolutamente oxidada. Una Guzzi con matrícula de Sevilla que pensaba, como yo, que hoy habría fiesta, pero el lugar estaba cerrado. No sé si el óxido de la moto era voluntario. Lo cierto es que le sentaba muy bien. Un hierraco enorme, viejo, sonoroso y divertido.

Tengo claro que lo que más me ha gustado de esta pequeña ruta, de este aperitivo suave, ha sido la parada en el Monasterio de Santa María de la Defensión. La Cartuja de Jerez supone un espacio pluritemporal, pluriestilístico, pluriestético y multileches que pone la credencia en el lugar de la batalla del Salado, cuando los cristianos dijeron basta a los benimerines en 1340. Desde entonces, la Virgen de la Defensión echa un ojo a la zona, a sus gentes, sus caballos, sus toros y sus vinos.

Y Jerez, tal y como lo recordaba. La estación, la plaza de toros, el Alcázar, la iglesia de San Miguel, la calle Larga, la Catedral… Jerez es un pueblo para pasearlo, para beberlo y para vivirlo. Albariza, Domecq, Faustino, Lustau, Páez Morilla, Tío Pepe o Fundador, que es quien posee Harvey. Es que iba yo por la calle y he visto el cartel de Harvey y he pasado de largo, pero de pronto me he parado porque me ha venido a la cabeza una botella que había en casa, cuando era pequeño, que ponía Harvey. Ponía Harvey pero se decía Jarbéi. Al pasar por el cartel no he leído Jarbéi sino Járvey, que es como se decía por entonces. Una ciudad encantadora y recolectora de toda una comarca llena de caballos, toros, viñas, aire y gente amable que sabe hacer que el flow de la vida esté al servicio de su tranquilidad y de su prosperidad.

Y claro que no he podido evitar, montado en mi jaca parda, canturrear eso de que el tronío, la guapeza, la solera y el embrujo de la noche sevillana no lo cambio por la gracia cortijera y el trapío de mi jaca jerezana. A su grupa voy lo mismo que una reina, con espuelas de diamantes a los pies, que luciera por corona y como peina la majeza del sombrero cordobés. ¡Bonita mi jaca torda! Mi jaca galopa y corta el viento cuando pasa por El Puerto caminito de Jerez. La quiero lo mismito que al gitano que me está dando tormentos por culpita del querer. ¡Olé, mi jaca jerezana! A la grupa de mi jaca jerezana voy meciéndome altanera y orgullosa como mece el aire por mi ventana los geranios, los claveles y las rosas, cuando trota con el polvo del sendero. A su paso para mí forma un altar que ilumina el resplandor de los luceros y que alfombra la emoción de mi cantar. ¡Y no voy contenta ni ná en mi jaca!

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