Esto no iba de motos

Hace tiempo que Disney sacó una película que pasó sin pena ni gloria. En esa película, Horton llevaba una bola de polen en su trompa, porque Horton es un elefante. En esa bola de polen que el animal llevaba, había una mota de polvo y en esa mota de polvo había un mundo, y en ese mundo había un personaje que tenía la capacidad de oír al elefante. Sólo él podía oírlo y solo él podía comunicar con el animal. El personaje de ese mundo que estaba en esa mota de polvo que estaba en esa bola de polen que el elefante sostenía con la trompa no era capaz de hacer ver a los demás la realidad que sólo él podía percibir. Horton se pasa toda la película tratando de que los demás crean lo que él percibe, porque lo que él percibe es tan real como la realidad en la que los demás viven. La película es de Disney pero la historia es de Theodor Geisel. De la misma forma que el personaje de Horton se desespera, yo me desespero porque no voy a conseguir que nadie oiga lo que yo oigo ni que nadie vea lo que yo veo ni que nadie toque lo que yo toco ni que nadie huela lo que yo huelo ni que nadie vea lo que yo veo sentado ante estas dunas de Merzouga.

El sentido, los sentidos son esas cosas que nos ponen en contacto con la realidad, como las ruedas de la moto, nos hacen caer en la realidad visible, palpable, olorosa, sonorosa. Son la puerta de entrada que tenemos para percibir las cosas, las realidades. Yo veo, huelo, toco, gusto y oigo, y esas realidades entran en mí y así las conozco, y luego las amo o las rechazo o las indiferencio. Esto ya es cosa de cada uno, creo, porque el frío y el calor lo sentimos todos aunque cada uno lo percibe de manera diferente. Yo creo que cada uno percibe las cosas a su manera, pero no tengo claro si cada uno tiene un termostato que puede regular a voluntad, o si ese termostato ya viene ajustado de fábrica. 

Bueno, y ¿a dónde voy con todo esto? Pues voy a que estoy en las dunas de Merzouga, en el borde del desierto del Sáhara, allí donde la palabra nada adquiere todo su significado y donde ese significado resuena por los techos del mundo de Whitman. Nada por aquí y nada por allá, como dicen los magos (me acuerdo de Juan Tamariz). Nada por aquí, nada por allá. Solo sol y piedras. Creo que Miquel Silvestre contó mal las piedras porque hay más de un millón. Nada. Nada por aquí. Nada por allá. Y en esa nada estoy solo, con Enrique, celebrando la marcha de Paco al precioso desierto del cielo, donde la Montón no patina.

Ocurre que en un sitio como este, esa nada que ves, que hueles, que tocas… que percibes, te anuncia -si tienes esa capacidad- te anuncia, digo, todo un espacio lleno de cosas: de tus recuerdos, de tus amores, de tus ingratitudes, de… de ti. Aquí, lo que llena el desierto eres tú y tu capacidad de sentir, de rememorar y de recordar porque, cuando no hay nada fuera el viaje lo haces hacia dentro, que esto es el desierto.

Lo mío no va a ser escribir sobre los sentidos clásicos de toda la vida, sino sobre esos otros sentidos por los que yo percibo cosas muy interesantes. El sentido común está bien porque me iguala al resto de los mortales. Somos siete mil millones de personas en el mundo y todos -igual me paso- tenemos sentido común. Tener sentido común me hace sentirme aceptado porque disponer de él provoca esas coincidencias que evitan que te sientas ridículo. Por otra parte, el sentido de la orientación hace que sepas, en cada momento, dónde estás tú y dónde está lo importante. Saber estas dos cosas es interesante porque te ponen en el disparadero de las preguntas inteligentes. Uno entre siete mil millones es poco y si estás en un desierto gigante, entonces eres menos todavía. El sentido de la responsabilidad es ese que te dice que tienes que cuidar del viaje y no meter la moto en arenas finas, es ese que te dice que hay que dormir cuando hay que dormir y que hay que comer cuando hay que comer. El sentido del humor tiene que ser tu acompañante permanente porque te ayuda a compatibilizar la dureza de afuera con tu pensamiento, y te permite jugar al ping pon con las cosas y con los demás. El sentido del honor es el que te dice que esas personas que vas dejando en los bordes de la carretera no son menos que tú, y te recuerda todo el tiempo que tú has sido educado para ganar dinero y encerrarte en una bonita jaula de noventa metros cuadrados con vistas a la calle y termosifón, y que ellos han sido educados para vivir, simplemente para vivir, y que a lo mejor deberías aprender algo.

Perder el tiempo viajando en moto camino de la nada, además de ser absurdo, es una manera de entrar en ti y poner orden, que es lo que está haciendo ahora mismo Enrique, que está sentado encima de una duna con los ojos cerrados, recordando a su mujer, a sus hijos, a su madre y a Suso, su padre. Y eso ya es un montón. Eso es perder el tiempo en condiciones. Cada uno, hoy, va a su adentro, a su interior, y cada uno encuentra sus tesoros y sus mierdas, y las saca, y hace con ellas lo que su sentido de la vida le dice.

Hay otra película en la que la protagonista, tras una experiencia brutal, no es capaz de explicar ni de convencer, ni siquiera de dar a entender, que todo lo que ha visto y oído y tocado es real. Nadie la cree. Bueno, hay uno que sí que la cree, que es el chico mono de la peli, pero los demás, que son sabios con gafas gordas, no. Me gusta ver la impotencia de la chica de Contact y me gusta ver la impotencia del personaje de Horton y me gusta ver mi impotencia ante el hecho de que no consiga hacer entender a nadie que todo lo que veo es real, que lo que toco es cierto, que lo que huelo, gusto y oigo existe, de la misma manera que lo que trasciendo existe. 

Lo cierto es que esto no iba de motos. Este viaje en moto no iba de motos ni del borde del mantel del desierto, ni del Atlas Menor ni del Atlas Mayor, ni de Volubilis ni de Mequinez ni de Ouarzazate ni del Dades ni de Marrakesh ni de Casablanca ni de Rabat ni de Tánger. El viaje iba de mí y de lo que creo, de lo que siento, de lo que percibo y de lo inútil que es intentar haceros ver lo que creo, lo que veo y lo que percibo y lo que trasciendo, porque no tenéis ni idea.

Deja un comentario

Un sitio web WordPress.com.

Subir ↑