Marruecos no es solo un lugar

No, no lo es. Hace unos días estuve allí y puedo asegurar que no es solo un lugar. Es mucho más que eso. Hemos ido a Marruecos y hemos leído mucho preparando el viaje. Hemos leído su historia hasta principios del siglo XIII con la batalla de las Navas de Tolosa y hemos leído sobre el islam, aunque no el Corán pues no hay traducción digna, dicen los que saben. Tras toda la preparación que hicimos hubo cosas que salieron como estaba previsto y cosas que no, pero tras descontar los dos días de Madrid-Ceuta y Ceuta-Madrid nos quedó una semana de rodar y caminar por Marruecos.

Ese maravilloso país vecino no es solo un lugar, es una escuela. Dijo Don Miguel por boca del ingenioso hidalgo que «el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho». Nosotros, con lo que hemos leído y lo que hemos andado, mucho hemos visto y algo hemos aprendido. Poco, lo reconozco, no alcanzo para más, pero esas pocas cosas que he aprendido son importantes para mí. He aprendido que Volubilis merece la mucho la pena, que todavía hay cosas en pie en esta ciudad romana como la puerta de Tánger por la que en el año 2024 todavía vimos entrar un campesino en burro, que una basílica no es solo un lugar religioso, que en sus inicios era un edificio donde se impartía justicia y que los días que la justicia no se impartía servía como mercado, y que fue el paso del tiempo y la llegada del cristianismo lo que convirtió las basílicas en edificios de uso religioso aunque, a día de hoy, una basílica solo sea uno de los grados posibles que alcanza un templo católico, porque el edificio es un templo, y la iglesia es la conformada por la comunidad de practicantes.

Basílica romana (Volubilis)

He aprendido que en cuarenta y ocho horas puedes pasar de cruzar La Mancha a 3ºC a llegar a las dunas de Merzouga a 34ºC. Ahora también sé que en Azrou se cena de muerte y que lo que más me gusta de allí no es el bosque de cedros con sus monos, sino la estepa que viene después, a dos mil metros de altitud, árida, seca, inmisericorde con sus habitantes, con los pocos que quedan. Ahora sé que cuando llegas a su fin tienes que cruzar el medio Atlas mientras ves al fondo las cumbres plateadas de nieve del Alto Atlas que te recuerdan lo lejos que estás de tu hogar.

Boulaajoul

Y es que Marruecos no es solo un lugar, es un estado mental que adquieres con el paso de las horas sobre la moto, solitarias por definición. El desierto se alcanza pronto, o al menos lo que yo entiendo como desierto: un lugar en el que la vegetación permanece ausente, en el que no parece posible la vida. El desierto es un mantra que se introduce poco a poco en tu mente, es ese algo repetitivo y cíclico que no se detiene y que obliga a tu mente a pensar en temas más profundos que los que suelen pasar por tu cabeza. Ese desierto comienza muchas horas antes de llegar a las dunas de Merzouga. Durante las horas que pasas en ese desierto piensas en muchas cosas, en lo afortunado que eres por poder estar en ese momento allí, en lo afortunado que eres por no tener que sobrevivir allí, en la naturaleza, en el frío, el calor, la sed, la necesidad, lo superfluo de la mayoría de las cosas por las que trabajas cada día. Y es que a nosotros nos han educado para trabajar muchas horas y así conseguir tener muchas cosas, pero a las personas que sobreviven en una cabaña mal construida, con un rebaño de cabras que se alimentan como pueden, a esas personas las han educado para vivir, eso es todo. Y es mucha la diferencia.

Taghzoute N Ait Atta

Cuando te acercas a Merzouga, Erg Chebbi, las dunas naranjas te sacan inmediatamente del recogimiento interior con su belleza. En un segundo abandonas la meditación y pasas a ser un turista, porque te pasa lo mismo que cuando subes el monte Olimpo y ves el Partenón, que nunca has estado allí pero ya lo conoces, aunque en vivo es mucho más bonito e impresionante que en los libros y las películas. Con las dunas pasa exactamente eso, que las reconoces inmediatamente por las películas de Hollywood y los anuncios de perfume. Mi consejo es que no seas un turista más paseando las dunas en camello o quad. Espera al atardecer, toma una linterna y camina por las dunas adentrándote en ellas todo lo que puedas. Muy muy rápido se acaban los turistas, los quads y el ruido. Espera la puesta de sol en solitario, en cualquier duna, son todas tan bonitas que no podrás elegir la más bonita al igual que no podrás distinguir entre dos perlas cuál es la más bella. El atardecer a solas en las dunas es un templo en sí mismo, por su belleza, por el silencio, por la energía, por el contacto directo con esa naturaleza viva y muerta simultáneamente, porque te pondrá en tu sitio y te hará ver que no eres nada y que eres mucho para muchas personas y eso es importante. Si tienes suerte, quizá encuentres respuesta a alguna de tus preguntas.

Dunas en Merzouga

Cuando abandonas Merzouga con destino a Ouarzazate por la ruta de las mil kasbah tendrás de nuevo varias horas de lo que ellos llaman “hammada”, ese paisaje desértico casi lunar formado por rocas con algunas montañas lejanas. Aquí aprendí cómo es el desierto: interminable, estéril, inmisericorde, terrorífico y absolutamente precioso.

Ksar Ait-Ben-Haddou (Kasbah Tebi)

El viaje también me ha enseñado que en Marruecos hay dos tipos de personas. El primero de ellos son las personas normales, amables, acogedoras y hospitalarias con el viajero, estarán ahí cada vez que tú les pidas ayuda. El segundo tipo es el que te encontrarás con más frecuencia, ya que son ellos los que te buscan a ti aunque no los necesites. Su negocio consiste en aparentar ser amables y acogedores pero, en realidad, lo único que buscan es venderte cualquier cosa al mayor precio posible, liarte y timarte. Yo diría que el segundo tipo no representa más de un 1% de la población, por decir algo. Es evidente que son la minoría pero están siempre en los lugares que frecuentarás como turista y se lanzan a por todo el que pasa, motivo por el cual uno puede pensar que los marroquíes son así. Pero no, no lo son en absoluto, sólo es esa minoría que vive de molestar a los extranjeros.

He aprendido que en Marruecos hay un reloj que está parado, es el reloj de la plaza Djeema el Fna en Marrakech. Diariamente al caer la noche la plaza se llena de puestos de comida callejeros, cuentacuentos, encantadores de serpientes, músicos y trovadores, embaucadores, vendedores de lámparas mágicas, de hierbas y remedios naturales capaces de curar cualquier enfermedad, etc. Mientras paseo entre todos ellos me pregunto ¿qué diferencia hay entre lo que ocurre hoy en esa plaza y lo que ocurría hace trescientos años? Claramente, ninguna. En esta plaza el reloj se detuvo hace muchos años y todo se repite noche tras noche. Es un lugar único en el mundo.

Marruecos me ha enseñado más cosas, me ha enseñado que los territorios, las ciudades, cambian de dueño con la misma facilidad que cualquiera cambia de gobierno. Y no pasa nada. Hemos estado en Arcila, Asilah para los franceses, que fue portuguesa hasta el año 1578 y a continuación española hasta 1592 en que fue retomada por los saadíes, y después otra vez española hasta 1691 y otra vez para allá y para acá. El último periodo en que Arcila fue española fue durante el Protectorado, desde 1912 hasta la independencia de Marruecos en 1956. Y no ha pasado absolutamente nada. Te gobiernan los unos o te gobiernan los otros, pero los habitantes, las gentes de ese pueblo son y serán los mismos, y vivirán todo lo bien que les permitan sus gobernantes, sean estos de un color o de otro.

Las personas se entienden entre sí. Una vez vencida la barrera idiomática te das cuenta de que todos somos iguales, todos queremos las mismas cosas: vivir en paz, disfrutar de la familia, preocuparnos por el bien, el entendimiento, la concordia, la libertad. 

Ashila

El último tramo de nuestro viaje en moto fue desde Asilah hasta Ceuta. Podíamos haber tomado la autopista que nos obligaba a perder 45 minutos de conducción por Marruecos. En su lugar elegimos la pequeña carretera que va recorriendo toda la costa y que nos permitió hacer el mismo trayecto en 45 minutos más, tres cuartos de hora de puro gozo con el Atlántico a nuestra izquierda, con el puerto de Tánger Med, con Alcazarseguir y el puerto de montaña que la separa de Ceuta, viendo la costa de Tarifa tan cerca que casi podíamos tocarla. Es increíble lo cerca que están Europa y África y lo lejos que están al mismo tiempo. En toda esa zona, en el punto realmente estrecho que no es ni Tánger ni tampoco Ceuta, allí el viento no paraba de soplar con fuerza, en Tarifa lo saben bien, y allí aprendí por qué ocurre ese extraño fenómeno, que no tiene nada que ver con la meteorología. La verdad verdadera es que ahí es donde todo confluye: Europa y África, Atlántico y Mediterráneo, cristianos y musulmanes, oriente y occidente. ¿Cómo no va a soplar el viento? ¿Cómo no va a revolverse el mar si todas las energías chocan en el Estrecho? Es justamente aquí donde pincharon la punta del compás y a partir de este punto distribuyeron los continentes y los mares, los hombres, las razas, las culturas y las religiones. Todo choca y todo se enfrenta, por eso el viento nunca cesa, porque la calma no puede existir.

Claramente, cuando alguien intente explicarme que Marruecos es solo un lugar tendré que explicarle que se equivoca, que yo he estado allí y sé de buena tinta que Marruecos es una escuela, aquí se viene a aprender.


Amigo lector: pedí a mi compañero Enrique que escribiese sobre el viaje que hemos hecho a Marruecos entre los dos. Es justo la crónica que acabas de leer. Espero que la hayas disfrutado.

2 respuestas a “Marruecos no es solo un lugar

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