
Cuanto peor es el camino, cuanto más estrecha es la carretera, más bonito es lo que se ve. Es como en la vida. Cuando ruedas por autopista vas en la gloria porque estás bien sentadito en tu coche, circulas por calzadas anchas y cuidadas, llenas de avisos y carteles que te recomiendan cosas, y cámaras que te vigilan por si ocurre una desgracia. Pero si sales de las autopistas o de las autovías te metes en un mundo en el que la capilaridad diversifica tanto los escenarios que no hay quien te vigile ni quien te pinte la carretera ni quien te cuide el asfalto. Por la autovía, por la vida segura, los riesgos son muy pocos. Los riesgos estructurales, digo, porque hay otros riesgos orgánicos, hay otros usuarios que pueden participar con sus torpezas en el inicio de problemas o conflictos. Sin embargo, por la carretera pequeña o por el camino estrecho los problemas los pones tú, aunque ya sepas que es una vía menor, que no está pintada ni avisada y que tampoco está cuidada. Sabiendo esto, hoy he cogido la moto y me he plantado en las cumbres del mundo. Porque sí.
Estos días atrás, con el tema del virus, he perdido dos sentidos: el del gusto y el del olfato, y he perdido la sensación de tener necesidad de comer y la de dormir. Vivir así es como ir con las ruedas gastadas. Las ruedas ponen a la moto en contacto con el suelo y entregan a su estado toda la tecnología y todo el equipamiento que llevas en la burra, pero todo eso no te sirve de mucho si el contacto con el suelo no es bueno, si el contacto con la realidad no es fiable. Los sentidos, como las ruedas, te ponen en la realidad, te hacen percibirla. Ahora no huelo, ahora no como, ahora no se, ahora no duermo. Ahora tengo que hacer intencionadamente todo eso y por ello me escondo en el reloj y obligo a que pasen cosas de acuerdo con la hora que marque, porque la ataraxia no es lo mío. También he perdido memoria de unas cuantas cosas porque la niebla no se ha disipado todavía, que son seis meses lo que tarda, me dicen algunos.
Aun así, aun habiendo perdido, este motero se está obligando a ciertas cosas, y entre esas ciertas cosas está la de coger la moto, porque el miedo no es sitio para estar, que el miedo se agarra a las paredes y acaba por herirte. Así que con miedo, sin ganas, sin fuerzas y sin destino claro, me he plantado en las cumbres del mundo. Porque sí.
Cuando he preparado la ruta, la navaja, el chorizo y la gasolina, han empezado a aparecer los problemas. Han empezado a aparecer cosas que no son lo que yo quería para este día de buscada soledad. Ha aparecido el saco del gato negro lleno de los gusanos de la muerte, ha aparecido el calor sofocante, han aparecido las vallas en las calles del pueblo que impedían comprar un chusco de pan, ha aparecido un coche blanco en mi carril -en mi lado de la carretera-. Siempre aparecen cosas que no están en el plan. Es decir, entre la voluntad y la realidad también hay distancias y, como en el caso de los neumáticos, habría que revisar cuál es el estado de esa voluntad personal. Sabiendo esto, con miedo, sin ganas, sin fuerzas y sin destino claro, y con la voluntad sin revisar, hoy he cogido la moto y me he plantado en las cumbres del mundo. Porque sí.



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