Para hoy teníamos pensado salir de ruta. Otra vez. Siempre otra vez. Ir por ahí a nada, a tranquilear al fresco sol de la nueva primavera. A desayunar, o a comer, o a echar un pitillo, o a respirar aire fresco. O a nada.
Hemos ido cuatro motos: Proclive con la Abuela, Leif Sagas con la Clementina, Guiller con una VT 900 impresionantemente roja y yo con mi Carabela, y la idea era ir hasta Zorita de los Canes desde Los Santos de la Humosa. Porque junto a Zorita está Recópolis, que es una ciudad de origen visigodo que fue mandada construir por Leovigildo en honor a su hijo Recaredo en el año 578. Fue un centro urbano importante, capital de una provincia denominada Celtiberia. Está situada sobre un cerro a cuyos pies discurre el río Tajo. En el yacimiento se conservan los restos del palacio y de la iglesia, las calles, casas… todo ello preparado para la visita pública. Parte de los elementos constructivos de la ciudad fueron utilizados en los inicios de la época andalusí, en el siglo IX, para edificar la nueva ciudad que sustituyó a Recópolis en el control del territorio, la medina árabe de Zorita, la actual Zorita de los Canes.
Nada más que eso. Ir allí. Muy pocos kilómetros, muy poco tiempo, muy poco de todo. Para ello, los madrileños se habían citado secuencialmente en Avenida de América y en Conde de Casal para estar sobre las diez en el punto de arranque. Yo había hecho las previsiones correspondientes para salir de Guadalajara sobre las nueve y media y llegar a lo más alto de arriba de los Santos a la hora convenida. Pero una primera llamada me advertía de un notable retraso. He aprovechado para tomar el sol durante ese tiempo. Así estando, sentado en un banco, deslumbrado por el sol, he recibido una segunda llamada: -no hemos acertado con la salida y estamos en un sitio que se llama Anchuelo. Ni corto ni perezoso he agarrado el manillar y me he plantado allí, en aquella plaza, en aquel bar, en el que los tres mosqueteros ya estaban diciendo cosas al café. Yo también le he dicho cosas al café. En ese primer rato de encuentro es cuando ha comenzado la conversación que ha durado toda la mañana. Una conversación que ha tenido dos temas básicos. El otro versaba sobre la carne y el pescado y el uno -ni qué decir tiene- trataba sobre la hombría de mi moto.
Estando en estas nos han entrado ganas de llegar a Pastrana, que es la capital de la la Alcarria. Fue una ciudad importante entre los siglos XVI y XVII y está declarada conjunto histórico-artístico desde el siglo pasado. Nos hemos sentado frente al Palacio Ducal donde residió la Princesa de Éboli y nos hemos tomado alguna cosa.
Para volver hemos dicho de ir a Los Santos de nuevo -¿de nuevo?- y despedirnos. Pero mi telefonino ha vuelto a fallar. Ya son varias veces las que me ha fallado. Se colapsa, se tuesta, se paraliza, se emboba. Pero realmente el fallo ha sido mío, porque cuando ha vuelto a funcionar he visto -he pocovisto– la ruta y me he fiado. No acabo de aprender que el aparato vuelve a recalcular desde donde se encuentre, por lo que siempre marca una nueva ruta y, en este caso, nos ha llevado hasta Guadalajara por la N-320. Nada más llegar a casa he pedido perdón a los compañeros de hoy por el pirulo de más que se han tenido que marcar. Ya lo siento.
Es decir, que no nos hemos encontrado ni a la hora prevista ni en el lugar señalado, ni hemos ido a donde pensábamos ir, ni hemos vuelto por donde debíamos ni hemos llegado a casa a la hora justa. Un desastre de día. Una concatenación de errores que, con la razón en la mano, llevarían al cataclismo a cualquier organización. Un desbarajuste, una sinrazón, una frustración. Un horror. Así no se hacen las cosas.
Durante la lectura de este último párrafo el lector habrá asentido con la cabeza, haciendo así. Pues no. Con todos nuestros errores, sobre todo con los míos, con todas las imprecisiones, con todas las dudas, con tantas cosas mal hechas… ha salido un día genial, una ruta estupenda que recordaremos como la ruta de la carne y el pescado. Yo creo que en la condición humana está hacer las cosas bien y está el hacer las cosas mal. En mi casa hay una frase importante que todas mis hijas saben de memoria: lo importante en la vida no es hacer las cosas bien, lo más importante es corregirlas. Pienso que con los mensajes de WhatsApp que nos hemos enviado a la llegada hemos corregido algo que, seguramente, no necesitaba corrección, porque asumimos que nos equivocamos y que metemos la pata, y que quizá nos perjudicamos a veces, pero no nos importa mucho porque sabemos que somos así, y con eso, pienso, nos basta.
Estoy seguro de que otro día volveremos a quedar para equivocarnos de nuevo, y terminar de dilucidar sobre la textura de la carne y del pescado.
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