Se me gastó todo el miedo ahí arriba

IMG_2081Hoy he hecho mi aventura más extrema. Ya conoce el lector que mis límites están cercanos y son estrechos por lo que, para mí, es relativamente fácil llegar al extremo. Eso he pensado cuando salía de Torrelaguna, volviendo ya para casa. Con las manos encogidas, con el cuello agarrotado, con el cuerpo retorcido y con los pies aplastados. Y feliz. Destrozado, insensible, he tenido que parar unos minutos a respirar. Y es que no era para menos.

Todo comenzaba a las diez y media cuando salía a la calle y todo acababa a las cuatro, cuando entraba de nuevo por la puerta de mi casa. En realidad todo comenzó el día que se me ocurrió visitar Puebla de la Sierra, un municipio intrascendente en la sierra pobre de Madrid. No eran muchos kilómetros, por lo que veía el objetivo a mi alcance. Y como no conocía bien la parte norte del embalse de El Atazar, allí centré el foco. Cierto es que leí algo por ahí sobre si la M-130 era la mejor carretera de Madrid, la más bonita, aunque tenía tramos de asfalto deshecho. Aquello que leí acabó por empujarme a la aventura de hoy.

He estado en la presa de El Villar, un antiguo embalse, de los más viejos de Madrid, en el que los ingenieros Morer y Boix diseñaron la primera presa de gravedad de planta curva de la historia, es decir, el primer muro curvo. Es impresionante asomarse y ver la garganta por la que desagua. He saludado a unos moteros armados con sendas BMW 1200 y he continuado mi aventura.

He tenido conciencia consciente de aventura a partir del siguiente pueblo, Robledillo de la Jara. Antes de entrar en él, a derechas, subiendo una cuesta pronunciada, el viajero se incorpora a la mencionada carretera M-130. El paisaje se iba poniendo majestuoso, la carretera se iba estrechando, el quitamiedos iba desapareciendo y el asfalto se iba deshaciendo. Me ha dado mucha impresión circular por una carretera estrecha y desecha, sin quitamiedos, con no menos de quinientos metros de caída libre. Un derrape, un exceso de vista, un despiste… y adiós! Paisajes desnudos de matorral bajo del que la nieve no deja pasar de medio metro, pinos achaparrados que sujetan la pizarra, robles semidesnudos y encinachos verdeando. A mil metros de altura, con el aire limpio, paro. Me asomo al mirador y me quedo acojonado ante el paisaje. Ya sabe el lector que siempre digo que el de hoy es el sitio más bonito del mundo, pero es que el de hoy ha sido el sitio más bonito del mundo. No había nadie, no había nada. Solo silencio. Solo silencio. Justo lo que buscaba. Silencio. El silencio, yo creo, es un estado de ánimo que estoy perdiendo. Es una manera de ser contra la que Telecinco está haciendo estragos. Es un horror vacui del que no quieren oír hablar los jóvenes.

Continúo el viaje, continúo el baile sobre la grava, sobre esa carretera que va ladeando la ladera y cambia cada vez que lo manda una revuelta. Las revueltas han sido lo peor, sin duda, sobre todo esa en la que el agua pasaba sobre el firme -el firme…- a razón de tres dedos por segundo. Todavía tengo los pelos de punta.

Hay un momento en el que la carretera se abre a la derecha y deja sitio a un mirador natural. He parado y he visto el fin del mundo desde ahí arriba. Tanto me ha gustado que, a la vuelta, he parado de nuevo, solo que esta vez he parado a comer. Porque me he llevado un bocadillo. He recordado el bocadillo de la excursión de cuando era pequeño, en el colegio, el sabor del pan que se pone elástico, el sabor de la tortilla fría, el tacto del papel de plata. Te comes un bocadillo y te hubieras comido dos, seguro. Comiendo frente al universo, sentado en un pico de tantos que adornaban el estonegenge serrano. Un rato estupendo. Hubiera descabezado unos minutos pero Puebla de la Sierra me esperaba. Pueblo cuidado, pueblo para previsores, pueblo para valientes y expertos conductores. Tras pasearlo he puesto morros a El Berrueco.

Han sido unas horas de gloria. De gloria y de tensión. Ahora, escribiendo sobre el teclado, sigo con los hombros y los brazos tensionados. Ha sido curioso comprobar cómo a la vuelta, saliendo de las carreteras comprometidas y regresando a la parte civilizada del mundo, he conducido como si no hubiera hecho otra cosa en mi vida. Ahora pienso que se me gastó todo el miedo ahí arriba.

01
Carretera M-130
02
Paisaje
05
Desagüe de la presa de El Villar
03
Presa de El Villar
04
Placa conmemorativa
07
Estonegenge serrano
IMG_2089
Iglesia de Puebla de la Sierra
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3 comentarios sobre “Se me gastó todo el miedo ahí arriba

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  1. Qué bueno. Yo he estado ahí. Esa carretera deshecha dicen que es un paisaje lunar, una pista de trial.
    Muy bueno el artículo.
    Me identifico con lo del miedo. Ir con la moto y ver el vacío al lado derecho… bufff.
    Y cuando te acercas a «tu» límite, no al de tus posibilidades sino al de tus miedos, y pones un pie más allá y ves que no pasa nada, sientes como que has logrado una conquista. Y ese límite lleno de miedo se ha convertido en un borde de aprendizaje. Y cuando lo visitas varias veces más y deja de ser «Terra Incognita» esa sensación de atreverse en lo desconocido se normaliza y tu zona de confort ha crecido un palmo más.

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  2. Qué bueno. Yo he estado ahí. Esa carretera deshecha dicen que es un paisaje lunar, una pista de trial.
    Muy bueno el artículo.
    Me identifico con lo del miedo. Ir con la moto y ver el vacío al lado derecho… bufff.
    Y cuando te acercas a «tu» límite, no al de tus posibilidades sino al de tus miedos, y pones un pie más allá y ves que no pasa nada, sientes como que has logrado una conquista. Y ese límite lleno de miedo se ha convertido en un borde de aprendizaje. Y cuando lo visitas varias veces más y deja de ser «Terra Incognita» esa sensación de atreverse en lo desconocido se normaliza y tu zona de confort ha crecido un palmo más.

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