
Fresco, sol, tiempo y moto. Esa es la combinación perfecta para un lunes por la mañana. Una mañana santa de lunes santo para tirar, de nuevo, por la ventana de la vida que nos ve pasar. Otro tiempo que se va entre las cunetas a base de tranquilear solamente, en soledad. El fresco de la mañana que se troca en aire gélido cuando Eolo se presenta con sus amigas las Rachas. El sol que juega al escondite con esas nubes enormemente altas que umbrían los caminos. Ese tiempo merecido de descanso que el guerrero disfruta a cada tanto. Y esa moto que ruge cada día mejor y hace tambalear los carámbanos del invierno que desaparece disfrazado de primavera.
Algunos Ministerios, desde hace años, mantienen un programa de recuperación de pueblos abandonados. Estos pueblos son Búbal, en la provincia de Huesca, Granadilla en la de Cáceres y Umbralejo en Guadalajara. Ya conocía Búbal, en el Valle de Tena, en el Pirineo oscense, y hoy he querido conocer Umbralejo.
Para ello he tomado la CM-101 que se convierte en la CM-1001 desde Fuencemillán. Más adelante, en Veguillas, he tomado por la CM-1006 hasta llegar… hasta llegar… hasta llegar al sitio más bonito del mundo. Sí, ya lo sé, amigo lector. Estoy perdiendo credibilidad. Siempre que me lees digo que he estado en el sitio más bonito del mundo. Eso me está haciendo quedar fatal porque indica que no tengo un criterio claro ni una escala que mida correctamente la hermosura. Te entiendo. Pero… pero es que es cierto, es que es el sitio más bonito del mundo!! Una carretera plagada de preciosas curvas, una buena reforestación, unos robledales inigualables, las montañas nevadas presididas por Don Ocejón. Desde Arroyo de las Fraguas hasta Umbralejo la carretera se enrevesa más aún. A mí me parece que mi Harley-Davidson matrimonia con las carreteras españolas. En la web de la marca hablan de autopistas y de espacios abiertos en los que el usuario expresa la libertad de la que la MoCo pretende ser paradigma, pero para mí que ni Harley ni los Davidson conocieron la provincia de Guadalajara.
Umbralejo, el pueblo, queda ahí abajo, escondido entre robles. ¿A cuánto está? ¿A mil doscientos metros? Algo así. El frío era muy intenso y mis amorosos guantes han hecho corto, pero me ha dado igual. Qué de silencio, qué de robles, qué de nada. Ha sido un rato estupendo. En un momento dado he pensado en coger la moto y volver a casa por el mismo camino, pero no me he hecho caso. Hay veces que es mejor no escucharse.
La segunda parte del viaje consistía en llegar a Valverde de los Arroyos, pueblo suficientemente conocido por tanta gente caminante y motera. La carretera que lleva desde Umbralejo hasta allí es la GU-211. Es una carretera que aún no está deshecha del todo. Tiene ese asfalto rosáceo adornado por parches parcheados que fueron parcheados de nuevo. Terrible firme… y alucinante paisaje. Me apunto este tramo de apenas diez kilómetros porque es un lugar absolutamente celestial. La carretera solo son curvas, con alguna revuelta. Un sitio para parar, templar y mandar, y reordenar la vida. El día que arreglen este tramo, o el día que lo descubran los de las GS, ese día alguien tendrá que hacer algo.
Valverde estaba vigilado por el Ocejón nevado. Poca gente, poco caminante. Poco vecino para un lunes de semana vacacional. La Sierra olvidada, la sierra no recurrente sin hoteles, la sierra con carreteras asfaltadas hace sesenta años, la sierra sin apenas nada. La sierra pobre, la sierra que las Administraciones públicas mantienen pobre.
He hecho la vuelta por Tamajón. En una de las primeras curvas me he dado un susto terrible porque he rozado con la estribera izquierda sobre el asfalto. No iba deprisa -ni mucho menos- y el testigo o pirulillo que tiene la estribera ha dado un buen raspón al asfalto. Nunca había rozado así, como los superhéroes de las curvas.
Y he vuelto a casa. Volver a casa es lo más importante. Sales con la moto, te conviertes en un hombre de cristal durante unas horas, vas con tus brazos al aire, con tus piernas al viento, con tu cabeza metida en una caja redonda de donde se te salen los pensamientos. Te cruzas con un montón de artefactos de colores que van a velocidades prohibidas. Te vigilan las águilas del cielo y te sobrevuelan sin piedad. Te cruzas con coches que adelantan en curvas sin visibilidad… y vuelves a casa. Lo mejor es ir, lo mejor es volver. Lo mejor es ir.



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