El mundo se ha invertido y las cosas ya no son como eran antes y ahora yo soy el que reclama su ser. Porque vamos, eso de levantarse antes de amanecer, en pleno verano, para sacar la moto antes de las siete de la mañana, para eso, digo, hay que ser muy raro, muy contracultural. Y todo para irse al cauce del río Ungría, que no lo conoce nadie, a pasar frío por un rato. Llamo frío a 19 grados, que la noche ha sido terrible. ¿A quién le importa lo que yo haga?
La gente me señala, me apunta con el dedo, susurra a mis espaldas y a mí me importa un bledo. Qué más me da, si soy distinto a ellos. No soy de nadie, no tengo dueño. Y se va con la moto para media hora y se va con la moto a tomarse un café a doscientos kilómetros y se va con la moto pudiendo ir en el coche y se va con la moto a nada, a perder el tiempo.
Yo sé que me critican, me consta que me odian. La envidia les corroe, mi vida les agobia. ¿Por qué será? Yo no tengo la culpa. Mi circunstancia les insulta. Mi destino es el que yo decido, el que yo elijo para mí. ¿A quién le importa lo que yo haga? ¿A quién le importa lo que yo diga? Yo soy así y así seguiré. Nunca cambiaré y saldré con la moto cuando me dé la gana y cuando no tenga otra cosa que hacer y cuando sí que tenga otra cosa que hacer y cuando llueva y cuando no llueva y cuando tenga ganas y cuando no tenga ganas.
Quizá la culpa es mía por no seguir la norma. Ya es demasiado tarde para cambiar ahora. Me mantendré firme en mis convicciones, reportaré mis posiciones y me mantendré en mis trece: rodar, tranquilear, arruinarme, volver a casa o no volver a casa y venir antes o después, según me parezca.
Me pasa justo lo contrario de lo que les pasa a los chicos de hoy, que hago lo que me da la gana y no me importa lo que digan ni lo que piensen. Además, los chicos no saben qué es el amor, no saben que el mundo no es de ellos, no saben que el respeto es parte de la esencia de las cosas, no saben que no hemos venido a disfrutar siempre de todo y a todas horas, no saben que se puede vivir sin entender casi nada, no saben que querer a alguien no es decirle te quiero, no saben qué es entregarse, no sabe qué es un misterio, no saben ser -que solo saben estar (y no siempre)-, no tienen identidad -que fluyen de un lado para otro según les da-, no saben que la vida no es una serie. No saben expresarse con propiedad, no saben superar dificultades, no saben que todo tiene consecuencias, no saben que el bienestar sale del trabajo y del ahorro y de la voluntad personal. Creen en el guionista de la serie pero no creen en Dios, creen en el wifi pero no creen en los santos, creen que la nevera se llena sola, creen que todo el mundo merece todo, creen que el ocio es su estado natural, creen a cualquiera que no les contradiga, creen que saben cosas aunque no sepan historia, creen que lo más importante es sentirse bien, creen que los errores no son importantes y creen que el tiempo no se acaba. Saben los nombres de los que salen en las series, saben el nombre de los influencers, saben el color del pelo y de los zapatos de Delevigne y saben el día y la hora del concierto de Chanel Terrero. Y lloran porque no toleran miradas intensas, ni positivas ni negativas.
Hoy, en Centenera, en Atanzón, en Caspueñas, en Valdelsaz y en el Castillo de Fuentes de Valdelsaz he sido contracultural y tengo pensado seguir siéndolo porque en mi ser, acusado de hacer cosas anti todo, encuentro que glorío todo aquello en lo que creo. Después de todo, ¿a quién le importa lo que yo hago?
(Gracias a Alaska)



Ese espiritu que tienes lo comparto y empatizo contigo.me agrada leer tus articulos.me veo reflejado .en este te has superado.
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Hoy me ha gustado tu reflexión, quizas sin ser tan valiente, algo me quede de esa esencia. Un saludo
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