Lo que queda de ti

Lo que queda de ti tras una ruta de asfalto bacheado, de hojas de pino, de pizarra caída sobre la carretera. Lo que queda de ti al salir el sol que no entiende de horas ni de minutos. Lo que queda de ti tras vender tu alma al primero que pasó por tu puerta. Lo que queda de ti tras regalar tu vida a un donnadie.

Lo que queda de ti tras tirar el reloj a la basura. Lo que queda de ti tras el rumor y el murmullo. Lo que queda de ti tras las vacas que pastan en la carretera. Lo que queda de ti tras liquidar tu necesidad. Lo que queda de ti tras campear en el Mirador del Mallorquín, allá en la Sierra del Rincón, donde la carretera bonita sobre la que amanece un sol que afila el cuchillo que te clavará avanzando el día.

Lo que queda de ti. Lo que compras y lo que vendes, y lo que queda de eso pasa a tu tronco, a tu ser, y eso ya es tú. La moto que compraste, la moto que vendiste está en tu interior, y sus curvas y sus sustos te conforman como motero y como persona. Duele vender y alegra comprar de la misma manera que alegra vender y duele comprar, porque nunca sabemos a ciencia cierta qué es lo correcto. Las personas, a menudo, hacemos cosas sin saber si es correcto o no es correcto.

En este valle de lágrimas en el que hemos aterrizado como paracaidistas, aun sabiendo que tenemos que trabajar, que atender a la familia y a los amigos, que tenemos que pagar impuestos y tributar al Dios de la vida, en este valle, digo, algunos nos tomamos la licencia de dar la espalda a todo durante un ratito, y esa es parte de nuestra aspiración como humanos: rodar, rutear, volver, tardear, ir nortado o desnortado, para acabar dándote cuenta de que quien manda, realmente, eres tú. Ya pueden las circunstancias apretar o aflojar. Ya pueden esas circunstancias echarte para un lado o para otro pero el viento que sopla tu vela nunca sopla tan fuerte como para impedirte del todo que hagas cosas que quieras, y en ese poquito de hacer lo que quieras encontramos lo que llamamos libertad.