Un Audi por mi carril

El Audi venía a ochenta por mi carril. No iba excesivamente rápido sino que venía normal. Venía normal pero gustándose en la conducción. Uno de esos Audi nuevos negros con la parrilla negra y las ruedas negras.

La curva no era excesivamente cerrada ni mucho menos. Al contrario, era una curva amable a mis derechas. No se veía el fin pero era una curva como las demás, una curva como cualquiera. Digamos que entre el Audi y mi línea blanca había un metro y medio, por ejemplo.

El sol que no encontré intentando ir a los pantanos, el sol que no encontré camino de Jadraque, el sol que no vi en Humanes lo encontré camino de Arbancón, que allí luce todo preciosamente bien a nada que el rey del universo asoma la gaita. Y el astro siguió presente en la vuelta desde Tamajón hasta mi casa (volver a casa es lo más importante).

La carretera de Tamajón es una pista de aterrizaje para tantos madrileños que quieren madrileñear fuera de su tiesto y gustan de ver el campo, las setas, las ermitas, las curvas y los venados. Uno tras otro vienen llegando cada fin de semana y uno tras otro se van yendo, que para ellos volver a casa también es lo más importante.

El Audi, digo, el que se gustaba conduciendo su novísima matrícula, sería uno de esos. Ese asno que, inopinadamente, venía por mi carril mostraba en su rostro la despreocupación de quien se siente propietario. He visto su cara durante un fragmento de segundo y creo que si le volviese a ver, le reconocería. Un momento para ver su cara y un momento para decidir qué hacer.

Creo que, en este suceso de hoy, han intervenido cuatro personas: la primera, el gilipollas del Audi; la segunda, yo; la tercera, mi instinto; y la cuarta, el reflejo. Tengo claros los papeles de los dos primeros agentes: el papel del tipo del Audi: coche nuevo, paseo mañanero buscando un lugar donde brillar; y mi propio papel: el de quien huye de la niebla y va po-po-peando mientras desagua con la Soria Natural de la BMW el infecto acumulado. Lo que no tengo tan claros son los papeles de los otros dos. 

Puede ser que el instinto sea un señor que tenemos dentro, que sabe lo que hay que hacer en cada situación, especialmente en los momentos en los que ves los fines -los confines- de las cosas. Hacemos lo que hacemos porque somos humanos y en nuestra configuración está guardar de nuestra propia vida. Creo que el papel del instinto es ese, es ser consciente de las situaciones, ora subir el nivel de confianza, ora subir el del miedo, ora subir yoquésé. El instinto no cuenta con nuestro permiso ni con nuestra voluntad.¿Y el papel del reflejo, de los reflejos? ¿Cuál ha sido? Creo que el papel del reflejo ha sido simplemente magistral porque, mientras en ese segundo en que he visto la cara del tipo armado con el Audi, las manos y los pies me han hecho así, el culo me ha hecho así, la tripa me ha hecho así, pero su decisión, la decisión del reflejo, ha sido la mejor: hacerme inclinar un poquito, solo un poquito más hacia la derecha, y con ese simple gesto he ganado lo suficiente como para, sin abandonar el asfalto, poder salvar la situación. Eso sí, una vez pasado el trance he tomado el primer desvío que he encontrado para parar y recomponer la presencia de ánimo. Ahí mismo, en Puebla de Vallés, en ese rato de pararme y palparme, he tomado la decisión de volver a casa cuanto antes, cambiar la montura por el spider e irme a invertir en seguridad, cosa que he hecho gracias a Bea y Nacho, de Touratech Motocenter.

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