Tingitando

Como esta mañana me he levantado rumboso me he ido a Tánger. Cuando vas a Marruecos tienes que pasar por dos sitios que, en este caso, están juntos y comparten espacio: la frontera y la aduana. En la frontera despachan a las personas y en la aduana despachan las cosas.

Primero, en la frontera, te despachan a ti: un policía hace así con la mano, como queriendo recibir tu pasaporte. No habla, tampoco gruñe. Puede que balbucee un monosílabo irreconocible. Tú le entregas tu pasaporte y él, que se espabila, busca la página de la foto y busca por si hay sellos, y los mira. Luego coge el documento y lo pone sobre una máquina lectora que, tras unos segundos, le dice que no eres un asesino en serie y que no estás buscado por la CIA, el FBI, el CNI y el servicio secreto alauí. Entonces, con un arte indescriptible, con una parsimonia propia de quien se sabe protagonista de acontecimientos históricos, planta su sello sobre el pasaporte y te lo entrega sin abrir la boca. Sin abrir la boca… pero diciendo: -hale, ahí tiene usté. Como no viene ningún coche detrás de mí, el policía se vuelve a recostar mientras guardo el documento y prendo la motocicleta.

Avanzas unos metros con la moto arrancada o avanzas remando con los pies, y te llegas a la segunda ventanilla que es la de la aduana. Ahora es cuando la emoción se dispara porque se acerca otro policía, pero este policía no va vestido como el de la frontera sino que va de otra manera. Va de una manera -digamos- más operativa. Blande un destornillador de grandes proporciones con el que juguetea lanzándolo al aire y volviéndolo a recoger por el mango. Te manda parar así, un poco orillado. Este policía sí que habla. Bueno, digo que habla porque utiliza la boca, además de la punta del destornillador, para señalar lo que quiere ver. La maleta izquierda, la maleta derecha, el cofre. Comprueba que no llevas armas, que no llevas objetos peligrosos, que no llevas libros. Y te pide el papelito. Sí, el papelito.

Es que resulta que, la primera vez que entras en Marruecos -o en cualquier otro país que no sea de nuestra Europa- tienes que importar el vehículo. No lo importas de manera definitiva sino que lo importas temporalmente, que es la fórmula administrativa que emplean los países para que la gente pueda de ir de un lado a otro a gastar su dinero. Esta importación se hace por un periodo de seis meses, de tal manera que si la has obtenido hoy podrás entrar y salir de Marruecos sin más problemas hasta el día 11 de noviembre del corriente. Eso es lo que pone en el papelito.

Cuando me ha pedido el papelito se lo he entregado. Lo ha mirado como quien mira las ruedecitas de un reloj y ha empezado a hacer aspavientos con sus manos y con su destornillador de grandes proporciones. Mientras tanto, el policía que estaba en la ventanilla, en la segunda ventanilla, que iba bien uniformado y que estaba perfectamente despierto, me ha requerido el documentito. Muy amablemente me ha dicho que ese documento no es el de mi moto. No es el que me dieron hace unos días, sino que debieron equivocarse y me dieron el de otro. En concreto, me dieron el de Mohammed, que tiene un Volkswagen. Me ha pedido educadísimamente los papeles de mi moto y en menos de un minuto ha extendido el papelito que se refiere a mi moto.

Me guardo el pasaporte con el papelito dentro, avanzo hasta la última posición del Tarajal que es donde hay otro policía, uniformado de otra manera, que desde su silla te pide que te acerques para ver que tu pasaporte esté bien sellado. Lo malo es que si no te acercas lo suficiente el tipo se mosquea porque se tiene que levantar, cosa que ha hecho.

Amigo motero, si quieres entrar en un país extracomunitario de manera recurrente durante seis meses, no entregues el papelito cuando salgas de ese país porque te ponen un sello de cancelación. Te lo guardas, ni siquiera te lo van a pedir. De esta forma, podrás acceder de nuevo sin tener que tramitar nada.

Tras la peripecia policial he cogido la carretera N16, que atraviesa el Monte Musa, en las estribaciones de la cordillera del Rif. Tiene una altura de 842 msnm y, si tienes suerte y el día está claro, puedes saludar a los de Tarifa. Curvas peligrosas, cabras peligrosas, coches que salen de culo de sus casas peligrosos. Tienes que ralentizar las cosas: el tiempo, los movimientos, la mirada, el sístole y la diástole. Todo lo tienes que ralentizar porque aunque ponga a ochenta tienes que ir a cincuenta y no te empeñes en otra cosa porque las rachas de viento te van a poner en tu sitio. La cosa se amabiliza cuando llegas a Alcazarquivir y el puerto de Tánger Med.

Desde el puerto hasta la ciudad no vayas por la autopista, que te pierdes la cara que ofrece con intensidad el choque cultural que te va a provocar ver mujeres envueltas en burka junto a chicas que no lo llevan.

Tánger es una ciudad de un millón de habitantes que tiene una historia por la que me voy a empeñar en bucear. Gente de todos los colores, de todas las religiones, de todas las ocupaciones, se asoman al estrecho lanzando una voz que hoy casi nadie oye, que hace tiempo sí que se escuchaba. Cuando me sepa su historia seréis los primeros en enteraros.

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