Hoy era inusualmente temprano. Excesivamente temprano. Pero claro, el calor de esta noche también era excesivo, por lo que ha sido difícil contratar a Morfeo a la hora acostumbrada, supongo que por exceso de demanda. Cuando digo inusualmente temprano quiero decir que a las cuatro y treinta y uno ha sonado el primer WhatsApp. Lo cojonudo es que las respuestas no se han hecho esperar. Recordará el lector que yo, ayer, hice doscientos kilómetros, y hoy no tenía pensado nada especial, pero basta que alguienes especiales digan mu para que todo cambie en un momento. De tal forma que a las seis y media he salido del garaje con la Iron entre las piernas. En total, querido lector, me he metido unos trescientos cuarenta kilómetros
El cielo
La idea ha sido ir a la NASA, a un lugar llamado Deep Space Network (Red del Espacio Profundo). Es un trozo de la agencia norteamericana instalada en España y que hace red con otras dos estaciones idénticas: una que hay en Goldstone (California, USA) y otra en Canberra (Australia). Estas estaciones están separadas unos 120 grados en longitud, de manera que cada cohete -o nave espacial- está siendo controlada siempre por alguna de ellas, con independencia del movimiento de rotación de la Tierra. Las instalaciones son similares y tienen las mismas antenas y equipamientos.
El viaje ha sido precioso y con muy poco tráfico ya que los madrileños estaban saldando cuentas con el impedidor onírico. Tengo que decir que hacía fresco, bastante fresco. Por cuestiones meramente logísticas he tenido que emplear la chupa de cuero y no me ha importado hasta la una. A partir de ese momento, calorcito.
Muchas curvas, muchas rectas. Muchas encinas y muchos pinos. Buena conversación. Resulta que los moteros también hablamos de cosas interesantes al amor del café con leche. Qué buena tertulia improvisada que ha movido nuestros pensamientos y corazones desde lo Zen hasta Unamuno, pasando por las luces de colores. Genial.
El suelo
Ya de vuelta hemos necesitado parar a beber algo fresco, cosa que hemos hecho en Cebreros, en ese bar de la esquina de la carretera. Al recoger las motos, he pensado: –espera, salgo por aquí y así no estorbo. Mientras pensaba esto sabía que me estaba equivocando. Tanto me he equivocado que, en un momento, y dado el pequeño terraplén que se formaba en el cruce de ambas calles, no he hecho pie y me he caído. El hierro y yo por el suelo. Me han tenido que levantar entre Proclive y Fendetestas. Me ha dado mucha pena ver a la Cabezota como si fuera un toro recién estoqueado, patas arriba. Perfectamente horizontal. No han salido líquidos ni fluidos de ninguna parte y se ha raspado el escape trasero. Me ha dolido. Y alguna sonrisa furtiva no me ha hecho sentir mejor. Lo de la sonrisa no me ha preocupado. Lo que me ha preocupado es mi poca capacidad de rectificar aun sabiendo que me estoy equivocando, porque yo creo que sabía que me estaba equivocando. No puedo pretender inclinar ni medio grado la moto, en casi parado, y sin hacer pie, sobre un firme medio descompuesto. No. Pero bueno, yo soy así. El hierro y el yerro.
No es grave acariciar el suelo, menos aún en parado y sin más consecuencias que un escape rayado. Ni siquiera es grave la sonrisa furtiva. Lo grave sería no tener un punto de apoyo sobre el que levantarse. Pero tú tenías tres pares de manos que te levantaron en cuanto les diste permiso. No es poco cuando uno se cae. Es un privilegio ser uno de esos pares.
De toda caída se aprende. Arriba. La siguiente a Gredos o pueblos negros, ya decidiremos.
Un abrazo zen.
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