¿Hasta aquí hemos llegado?

Una prometedora mañana de sábado puentero abre la ventana a un mundo de pequeñas aventuras moteras. Una temperatura perfecta para mis pantalones Miline, esos que querían ser Alpine pero que se quedaron en casi nada. Un aire idóneo para mis guantes Harley-Davidson de 2017 que han perdido su negrura con el paso de las alondras y los vencejos. Un nublado a juego con mi chupa de Santos, asistida por los arreos interiores. Todo, amigo lector, pintaba bien. Pintaba sereno. Pintaba apacible. Pintaba sin prisa. 

¿Sigüenza? Sí, pero volviendo por la parte de Las Inviernas.

Los domingueros no se han levantado todavía, o si se han levantado están haciendo cola en la churrería, pero no están en la carretera. Luego, a la vuelta, todo ellos iban mientras yo volvía con el dedo colgando. Las nueve y media de un sábado es buena hora para haber salido y para haber soltado el primer saco de mierda.

Nada ha tenido mayor trascendencia hasta las nueve y media en Matillas, porque el paso por Torre del Burgo y Sopetrán, por Hita, por Miralrío y por Jadraque no ha gozado de especial relevancia salvo por lo que pudiera tener de premonitorio. Pero claro, que levante la mano quien sepa saber lo que va a pasar. 

Antes de Mandayona está Matillas, un pueblo de cien habitantes que hace escala entre Bujalaro y el pueblo del pan bueno. En Matillas hay un banco que está junto al paso de cebra, uno de esos pasos de cebra colocados en las travesías de las carreteras que parten los pueblos en dos, uno de esos pasos de cebra elevados a modo de tumbones (¿lo llaman tumbones?) que los ayuntamientos y las autonomías interponen entre nosotros y nuestra seguridad, entre nosotros y ellos. Las hojas de los árboles estaban esparcidas por el suelo. Al salir de la calzada y acceder a la acera la rueda delantera se ha metido en un canalón, oculto por las hojas, que hay entre el tumbón y el bordillo de la propia acera. Un canalón como de quince centímetros de profundidad del que hubiera sido imposible sacar la rueda de haberlo podido intentar. Total, que me he ido al suelo. Los doscientos veinte kilos de la Marifácil y los ochenta de este triste motero han acabado en el asfalto como quien tira un filete al suelo. Se han roto la maneta y el cubremanos, y se ha doblado la palanca del freno trasero. Y yo me he roto un dedo del pie derecho.

Dos señoras que iban de paseo me han acompañado durante esos minutos que tardas en recuperar la presencia de ánimo. Enrique, un inmobiliario de la zona, me ha ayudado a poner la moto en pie. He avisado en casa y me he vuelto a la ciudad. Por el camino el pie se ha ido enfriando y ha empezado a cantar La traviata en voz alta de tal manera que en las paradas ha desafinado de lo lindo.

Lo del hospital, amigo Emiliano, no ha tenido nombre. No ha tenido nombre.

El viaje de vuelta ha tenido solamente un tema. ¿Hasta aquí hemos llegado? Primero llevaré la moto a arreglar la maneta, el pasamanos y la palanca del freno trasero, y luego, cuando mi dedo vuelva a ser mío del todo y los dos trozos vuelvan a ser uno, tomaré una decisión.

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2 comentarios sobre “¿Hasta aquí hemos llegado?

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  1. Ánimo! El dedo del pie curará, los arañazos de la moto se arreglarán. Los del orgullo igual tardan un poco más, pero sanarán también en cuanto te subas a la Marifácil de nuevo.

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